jueves, 27 de octubre de 2011

Jirafas - una fábula

El día que en la sabana africana decidieron hacer un concurso de belleza, todos los animales concurrieron al evento. El león, el rinoceronte, el hipopótamo, los ñúes, las gacelas, las hienas y cuanta bestia se preciara.
Desfilaban orgullosas por la pasarela, unas y otras y al final el jurado decidió que sin duda, la más hermosa era la jirafa. Por su porte, sus colores, su andar tan elegante y su simpatía, nadie podría ser tan admirada como ella.
El Doctor Simio –famoso médico estilista del reino animal- promocionaba sus tratamientos para ser más bellos y obtener el éxito y la fama en la vida.
Por eso, luego de realizado el certamen, la mayoría de los perdedores se acercaron a él para pedirle ayuda. El doctor se pasaba hablando de la importancia de tener una figura longilinea, de perder esos “kilitos” de más y sobretodo de parecerse al animal ganador para “ser alguien”.
En poco tiempo podía verse a los hipopótamos, rinocerontes y elefantes haciendo gimnasia y dieta especial. Pero por más que hacían, ninguno de ellos lograba bajar notoriamente de peso.
-Si yo lo único que como es verdurita –decía el hipopótamo, resignado y los otros obesos del reino animal asentían tristes.
Derrumbado sobre el suelo dejaba su cuerpo en las manos expertas que le realizaban masajes reductores y otras técnicas. El hipopótamo debió someterse a una lipo-succión para que le quitaran hasta el último gramo de grasa. Todo para poder verse más delgado.
Después le tocó el turno al rinoceronte que recibió un tratamiento similar. Pero a él, además, le dijeron que como su cara era tan fea tendrían que realizarle una cirugía total del rostro. Cortaron aquí y allá y hasta le extirparon el gran cuerno que ostentaba en medio de su hocico. El rinoceronte lloraba, pues ya estaba acostumbrado a su aspecto, sin embargo la idea de ser más hermoso y poder ganarle a la jirafa fue más fuerte.
Al elefante –por su parte- además de adelgazar lo plancharon porque “esa piel tan arrugada no era propia de un animal con clase”.
El león se sentía contento porque era “el Rey” y pensaba que no necesitaría muchos retoques. Sin embargo, se equivocaba.
-Todos esos pelos no se usan más –le decía el mono – le dan un aspecto desaliñado y sucio.
Al fin, lo convenció de que se afeitara la melena. El felino casi ya no se distinguía de una hembra y se sentía totalmente desorientado, como si no fuera él. Todo, por el concurso de belleza.

Pasó un año y volvió a realizarse el certamen. Todos los animales luego de los tratamientos realizados, esperanzados, desfilaban por la pasarela. Pero el jurado volvió a elegir a la jirafa como la más hermosa de las bestias. Ninguna otra podía acercársele en distinción, elegancia y candidez.
La decepción fue unánime. Se sentían fracasados e inservibles.
–¡Tanto esfuerzo para nada! –decían apesadumbrados.
Entonces el Dr. Simio volvió a darles esperanzas:
-Hay otras formas de lograr la figura de la esbelta jirafa –afirmaba. –Todo es cuestión de paciencia y tesón-.
Muy pronto volvían a hacer cola ante el médico y a someterse a sus manos expertas.
Al flaco elefante le cortaron los colmillos y le achicaron las orejas. También le extirparon la trompa, que le colgaba fea y flácida. Y aunque luego le fue difícil comer, se consolaba pensando en que ahora, quizás, podría acceder al tan preciado título.
A las gacelas le limaron los cuernos y las cebras trocaron sus rayas negras y blancas por manchas ocres y amarillas –al igual que los ñúes.
El hipopótamo –que se hallaba famélico –tuvo que conformarse con unas mandíbulas diminutas y una nueva dentadura.

Luego de otro año, todos los animales se sentían orgullosos de su nuevo aspecto y con mucha ansiedad creyendo que ésta vez sí le tocaría a alguno de ellos ganar el premio. Mas no fue así. El jurado volvió a dictaminar -por tercer año consecutivo- ganadora a la jirafa; por su bello colorido, su prestancia al andar y su cara de bondad. La s demás bestias se sintieron desfallecer. Resignadas se tiraban sobre el pasto, deprimidas y tristes. Y otra vez fue el doctor que las vino a convencer de que no se dieran por vencidas, que aún existían esperanzas de lograr la esbelta apariencia de la reina.
Y una vez más, todos los animales se dejaron convencer y volvieron a los tratamientos. Ahora ya no alcanzaba con adelgazar o afeitarse, había que parecerse a la jirafa en todo. Por tanto, debían estirarse el cuello. Colocaban sus cabezas en un torniquete y mientras se cuerpo se encontraba bien sujeto, el doctor procedía a estirarle las vértebras, una por una. A pesar del dolor que sufrían, todos soportaban estoicamente la tortura.
Cuando terminaron, el magro hipopótamo tenía un cuello de dos metros, al igual que el león, el elefante, la gacela y hasta la hiena. Ya no se reconocían y casi todos tenían dificultad para mantener la cabeza en alto. Por esa razón el doctor les colocó a cada uno de ellos, un cuello rígido artificial hasta que aprendieran a sostener el cogote naturalmente.
Después de otro año, todas las bestias se pavoneaban delante de la jirafa, desafiantes, mostrándoles sus nuevos y largos pescuezos, seguros de que esta vez si le ganarían. Y una vez más su rival –la jirafa- fue la elegida.

El lampiño león, las hienas y otras fieras tuvieron que aprender a comer pasto y hojitas verdes para convencer así al jurado de que ellos eran jirafas de verdad y que merecían también, el galardón.
Y así, todos los animales fueron perdiendo todo rasgo que los diferenciaba de las demás, de tal modo que cuando llegó el tiempo de una nueva edición del certamen, éste fue cancelado porque ya no había a quien elegir. Únicamente se habían presentado jirafas –o eso parecía-.
-¿Se dan cuenta? –les dijo el simio a los otros animales ¡ahora son todos ganadores! –y se fue contento con su portafolio bajo el brazo, en busca de nuevos clientes a quienes perfeccionar.
Los animales –decepcionados- se pusieron a comer hojitas de un árbol solitario que se hallaba en medio del paisaje. Varios pájaros que tenían sus nidos allí comentaron:
-¡Qué horrible!. Sólo quedan jirafas en esta sabana; y ellas comen de nuestros árboles. Tendremos que mudarnos antes que nos quedemos sin hogar-. Y se fueron volando en bandada a otro sitio donde se respetara el orden natural.

Desde el hipopótamo hasta el león comían del árbol, con una sonrisa en los labios al creerse hermosos.
Muy pronto, comenzaron a pelear entre sí porque tenían hambre y se acababa la comida. Se atacaban unos a otros –fieles a sus antiguas costumbres- tratando de morderse o arañarse pero no lo lograban. Entonces se golpeaban, revoleando sus largos cuellos.
Y las miles de jirafas que ahora recorrían la sabana desértica perecieron de inanición cuando acabaron con todo árbol, pasto y matorral. Porque tantas jirafas juntas no pueden sobrevivir.

Gerardo Alvarez Benavente
del libro “La Vida al Mango”- 2003
Ilustración: Adela Brouchy

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