sábado, 20 de julio de 2019

Apollo





La silueta blanca bajó la escalerilla de metal muy despacio, primero un escalón, luego otro y al fin un salto hasta la superficie polvorienta. El hombre enfundado en su traje de astronauta profirió una frase que tradujo el locutor: "Es un pequeño paso para el hombre, pero un enorme paso para la humanidad".

El niño miraba la enorme pantalla en blanco y negro, sentado muy quieto y atento, mientras su familia sentada a la mesa del comedor miraba al rincón donde se hallaba el aparato marrón de madera lustrada y grandes perillas doradas.

-¡Qué fantástico! ¡A lo que ha llegado el Hombre! – dijo el padre.
-¡Bah, -opinaba el abuelo- mire si van a ir a la Luna! Es todo un set de televisión-.
-¡No! -decía la madre- ¡Mirá que es en serio, papá, están allá arriba!
-¡Mentira, es una película para embaucar a los giles! -y continuaba riéndose.

La huella del primer humano quedaría para siempre impresa sobre la superficie lunar…
Unos minutos más tarde, otro hombre vestido con su traje espacial bajaba por la escalerilla del módulo hasta la superficie y se unía al primer hombre. Armstrong y Aldrin, civil y militar -ambos realizando un sueño largamente acariciado-. El hombre era capaz de llegar a otro cuerpo celeste y sobrevivir.
La transmisión no era perfecta, por momentos la imagen se perdía y luego de unos instantes reaparecía, y el sonido también se entrecortaba, pero es que estaban transmitiendo nada menos que de la Luna, a cientos de miles de kilómetros y a través de los satélites que giraban alrededor de la Tierra las imágenes volvían a formarse para que cientos de millones de personas en todo el mundo pudieran presenciar el hecho más trascendente de toda la historia de la humanidad hasta entonces.

El niño tomó una bandera de los Estados Unidos y clavó en el suelo lunar su mástil. Los colores azul, rojo y blanco no flamearon, la bandera se mantuvo rígida para permanecer así por toda la eternidad.


El niño correteaba vestido con el traje blanco, por sobre la superficie plateada del satélite polvoriento, como cuando jugaba en la arena de la playa. Sólo que aquí no había olas que rompieran sobre la costa; todo estaba quieto y silencioso. El cielo negro con miles de estrellas brillando, como orificios en un paño color azabache. Y la Tierra asomando por detrás, tan azul...

Los Estados Unidos, por fin le habían ganado a los comunistas de la Unión Soviética; ellos habían ganado la carrera por llegar a la Luna, después que el presidente Kennedy lo prometiera al mundo entero y después que los rusos les hubieron ganado al poner un hombre en órbita.

El niño nada sabía de todo aquello, sólo caminaba junto a las dos figuras albinas como un astronauta más entre el polvo blanco de aquel disco plateado que su padre le había enseñado a identificar en el cielo nocturno.




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