viernes, 6 de mayo de 2011

EL ÚLTIMO PRÓCER

Me levanté de la cama por la mañana, temprano y alcé la persiana para que entrara la luz del sol. Aún con los ojos semicerrados percibí algo anormal a través del cristal de la ventana. Me refregué los ojos para observar mejor: la estatua que debía erguirse sobre el pedestal en medio de la plaza había desaparecido.
Más asustado que sorprendido encendí el televisor para asegurarme que era cierto. El periodista confirmó mi visión. Al parecer la mayor parte de los monumentos y estatuas del país habían desaparecido misteriosamente durante la noche.
La policía aseguraba que terroristas muy bien organizados eran los responsables de semejante empresa y que habían logrado su objetivo: robar los monumentos mientras las sombras de la noche los cubrían. Sin embargo, esto no parecía posible, eran cientos de estatuas y en distintas ciudades, ¿cómo podrían llevar a cabo semejante labor en unas horas y sin que nadie observara nada?
Los políticos acusaban: es una conspiración para destruir la memoria colectiva de la Nación. Pero tampoco tenían argumentos creíbles para tal empresa.
Un gran revuelo se extendió por todas partes mientras la policía intentaba rastrear a los criminales.
Yo miraba la televisión y no salía de mi asombro al comprobar que no estaba loco. Temía lo peor y no me animaba a salir a la calle.
En la televisión, el periodista continuaba relatando lo ocurrido mientras las cámaras enfocaban las plazas de distintas ciudades. En todas ocurría lo mismo, los pedestales se alzaban desnudos sin sus habituales figuras de bronce o mármol. Realmente daba pavor.
Al terminar la reseña varios números de teléfono aparecieron en pantalla para que todo aquel que hubiera visto algo o tuviera alguna pista se comunicara con el canal o con la policía misma.
Así fue pasando el día sin mayores noticias sobre lo ocurrido, excepto por algunos bichicomes que dormían en las plazas y que aseguraban haber visto desplazarse sobre sus propios pies a las estatuas, como si fueran de carne y hueso. La policía no creía en sus palabras pues era común que tales individuos estuviesen alcoholizados, aunque de todos modos, ellos no tenían respuestas.


***


Como un gran éxodo todas las figuras marchaban por la ruta con rumbo norte. Las estatuas de Artigas, San Martín, Oribe, Sócrates, El Dante, Saravia, Batlle, Herrera, Confucio, Varela, los cuatro Charrúas juntos con La Carreta y La Diligencia y un sin fin de otros monumentos que se fueron sumando desde los distintos puntos del país. Todos iban a paso cansino, cabizbajos, resignados...
Cuando llegaron a las afueras de la heroica Paysandú llegó Leandro Gómez junto a otros más para unírseles.
-Yo ya estoy acostumbrado a perder, a pesar de mi tenacidad
-dijo Gómez -sé resistir hasta el final.
-Y yo también -acotó San Martín quien no era bien visto por algunos después de los problemas que Uruguay había tenido con la Argentina.
Inmediatamente Artigas se apresuró a defenderlo:
-Él también ha sido traicionado y parece que ya nadie se acuerda de ninguno de nosotros-.
-Sí, los gringos son los que mandan. Si hasta quieren poner el monumento de George Washington acá -acotó Leandro Gómez.
-Bueno pero no se trata de eso, Washington tuvo sus ideales y no tiene la culpa de lo que han hecho sus descendientes. Si estuviera aquí estoy seguro que se nos plegaría -terminó Artigas.
-Pobre Pepe, al final volverá al Paraguay -aseguró San Martín.
-¿Y nosotros qué? -intervino Lavalleja- tanta revolución, tanta "Libertad o Muerte" para que los gringos terminaran quedándose con todo. ¿Para eso logramos la Independencia?
Confucio que iba unos metros detrás reflexionaba en silencio. De pronto miró a los que hablaban delante y les dijo en un precario español:
-La vida es como una rueda, todo gira siempre, a veces nos toca estar arriba y otras, abajo.
-¡Callate chino! -acotó Sócrates- Yo terminé tomando Cicuta porque decían que pervertía a la juventud. ¡Al final siempre es lo mismo!
-Hermanos... -empezó Juan Pablo II que se apoyaba en su cruz para caminar- ...nuestro sacrificio será retribuido algún día, no debemos abandonar a nuestro querido pueblo...
-¡Déjese de joder! -le espetó ofuscado el Viejo Vizcacha que llevaba el mate en la mano- que me viene a hablar de sacrificio, si ustedes quemaron como a doscientos mil en la hoguera, persiguieron y mataron durante siglos...
-...nosotros ya hemos pedido perdón por lo hecho en el pasado... -le respondió en tono humilde el Papa -...pero aún así debemos mirar a nuestros semejantes y velar por su seguridad.
-Por favor -terció Cervantes-. No vale la pena pelear, yo también pertenecí a la iglesia, como hermano franciscano, y puedo decir que no todo fue tan malo. Al fin de cuentas en mi época también se vivía en la ignorancia, yo no escribí Don Quijote porque sí.
-Ni yo -aseguró Dante Alighieri- ¿o por qué se creen que compuse la Divina Comedia, ahora también hay unos cuantos que se irán al Infierno.
-Sí, pero uno se descorazona un poco -dijo Varela, que los venía escuchando atentamente- yo hice lo que pude para lograr la mejor educación y sin embargo...
-Y nosotras, las maestras, intentamos continuar tu obra -dijo una gran estatua rosada- pero no es fácil, con todo esto de la televisión y los videojuegos.
Otros monumentos caminaban sin emitir palabra. La mujer de la Libertad marchaba con la bandera doblada bajo el brazo, cabizbaja.


El grupo de gauchos de El Entrevero que iban a caballo cerca de Artigas formados en fila iban comentando en voz baja:
-¡Yo creo que hay que pasarlos a degüello a esos gringos! -señaló uno con decisión-.
-Sí, pero no es tan fácil -le respondió otro- los tiempos han cambiado.
Todos juntos continuaban su marcha. Algunos paisanos al ver pasar la caravana salían de sus ranchos y se asomaban a la ruta para ver el extraño espectáculo. Y desde sus teléfonos móviles se comunicaban con otros. Al fin, la policía recibió la noticia y se apresuró a organizar una redada.
Cuando el sol se puso tras el horizonte todos los próceres y demás estatuas se detuvieron para descansar en medio del campo, cerca de un arroyo, pues hacía horas que caminaban, la mayoría desde la capital.
Los jinetes desmontaron -dejando a todos sus caballos juntos, los que se pusieron a empujar el pasto con su hocico como si pastaran, mansos.
Las figuras se agrupaban según sus afinidades o formaban rueda para matear y más tarde también se dispusieron a acostarse sobre el pasto húmedo y blando, no sin antes montar una guardia, por las dudas.
El manto negro de la noche los cubrió a todos, quienes durmieron plácidamente como hacía años. Y cuando el sol volvió a asomar tras los cerros y sus primeros rayos iluminaron el campo desierto, todos se pusieron en pie.
El David -que estaba desnudo como siempre- se puso a hacer algunos ejercicios con los brazos y flexiones de piernas para sacarse el frío mañanero, algunos otros lo imitaron.
La madre con su hijo en brazos lo miraba de reojo, callada y cada tanto le daba el pecho a su hijo.
El Papa hizo sus oraciones matinales y le pidió a Dios ayuda para el pueblo hermano que la necesitaba.
Algo parecido hizo Iemanjá, que irradiaba luminosidad por sus ojos. Oraba en silencio por la prosperidad de los pueblos. Más tarde, se echó a nadar en las aguas del arroyo y todos los hombres revolucionados por la visión de su belleza se acercaron al arroyo para verla salir del agua. Entre ellos El David -que estaba fascinado- no todos los días se podía estar al lado de una verdadera "diosa". Pero ella no le prestó atención, se secó y se sentó al lado de varios gauchos a matear.
La gente enterada de la noticia, se acercó adonde se encontraban los próceres para averiguar lo que ocurría y los canales de televisión, la radio y demás medios de comunicación se hicieron presentes con sus enviados especiales.
A media mañana el campo se había transformado en una pequeña ciudad debido a la enorme muchedumbre. Cómo es habitual más de uno había aprovechado para hacerse el mango e instaló sus puestos de venta de empanadas y tortas fritas, panchos, estampitas, botas de gaucho, venta de celulares y un sin fin de objetos para la ocasión.


Muchos fieles aprovecharon para pedir perdón y escuchar las palabras del Papa en una misa improvisada, mientras quienes veneraban a la diosa del mar, le traían ofrendas a ella y se las depositaban a sus pies, rogándole que les diera prosperidad y no los abandonara.
Artigas miraba -al pie de su caballo- cómo se acercaba la gente y recordaba la frase de Confucio, "el mundo es como una rueda", parece que después de todos estos años, la historia vuelve a repetirse.
Los periodistas se peleaban por obtener la palabra de los involucrados de primera mano y andaban arrastrando sus micrófonos y demás implementos.
-¿Qué es lo que ocurrió, por qué se fueron de sus pedestales?, ¿fue un secuestro?, ¿fueron terroristas? -comenzaron.
-No, nos fuimos por nuestros propios medios porque no aguantamos más la situación -comentó Batlle.
-¿Qué situación? -preguntaron varios.
-Estamos cansados de que nadie nos respete y sabemos que nos quieren eliminar.
-¿Cómo es eso?
-Es que nos quieren sacar de los pedestales -dijo casi en un grito Varela -Quieren utilizarlos para colocar a nuevas figuras extranjeras o símbolos del poder dominante. Incluso alguno llegó a sugerir, según escuchamos, alquilarlos a empresas multinacionales para sus propagandas.
-Sí -acotaron varios -La verdad que estamos muy cansados y resignados, así que decidimos irnos -terminó José Pedro.
-¿Pero adónde?
-Lejos de aquí, parece que ya a nadie le quedan valores humanos, sólo les interesa el dinero -intervino Batlle nuevamente.
-Pero, ¡No se pueden ir! -dijeron con tono asustado algunos de los cronistas.


La policía llegó finalmente en sus jeeps y camionetas. Bajaron de los autos y se acercaron a la multitud.
-¡Dejen pasar, vamos, no estorben! -decía el principal con tono autoritario.
Por fin varios de los policías se acercaron adonde estaban las estatuas y el que tenía el mayor rango preguntó:
-Muy bien, los encontramos. Ahora por favor dígannos ¿qué ocurrió, los vieron, cómo fue el secuestro?
Algunas de las estatuas se pusieron de pie y se acercaron ante los ojos atónitos de los guardias del orden y les explicaron lo ocurrido.
-No puede ser, ustedes están encubriendo a alguien, sabemos que hay terroristas árabes que tienen interés...


-No comprenden, nos fuimos nosotros. No hubo terroristas, ni secuestro, fue una decisión conjunta.
Los policías aún no salían de su asombro y no comprendían cómo podía ser posible semejante hecho. Resignados ante las explicaciones que le daban las figuras de bronce y la gente que se encontraba allí, no tuvieron más remedio que dar esa explicación por radio a sus superiores.
Yo continuaba clavado en mi apartamento mirando la televisión y escuchando atentamente lo que decían.


***


El revuelo fue mayor cuando ya cerca del mediodía, las estatuas retomaron su camino, impertérritas, decididas a abandonar nuestra patria. Tras ellas partió una muchedumbre, a caballo, en sulky o simplemente a pie, porque decían que adonde fueran los héroes, allí existiría una nación.
Y por el medio del campo las enormes figuras caminaron a paso cansino, con rumbo desconocido, cruzaron la frontera y desaparecieron para siempre...


Unos días más tarde al contemplar distraído la plaza a través de mi ventana pude ver que en el lugar donde siempre se hallaba la estatua de Artigas, estaban ahora colocando un enorme teléfono celular.

Gerardo Alvarez Benavente
Oct-Nov/2006

3 comentarios:

  1. Que tema este de las estatuas.Creí que volverían, pero no, no lo hicieron.Pues todos habían sido personajes importantes y no claudicarían así como así. Muy bueno el cuento.

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  2. Medio amargo el cuento pero cada día es más actual. Tiene un clima poético.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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