sábado, 2 de marzo de 2024

Útiles

 

         Teníamos que comprar los útiles para la escuela. Con mi madre y mi hermana, fuimos a la librería Barreiro y Ramos que quedaba a la vuelta de casa, en el Paso molino.

El edificio era antiguo con el frente oscurecido por el tiempo y las vidrieras repletas de los libros de texto multicolores para la escuela y el liceo del año que comenzaba. 

En el centro del salón se amontonaban varias mesas colmadas de cuadernos y útiles; y en las estanterías que llegaban hasta el techo podían verse cientos de libros de distintos grosores y colores. Muchas madres con sus hijos esperaban turno para ser atendidas por los empleados que no daban abasto con tanta demanda. Los chiquilines deambulaban por el salón, mirando mientras aguardaban. 

Mi madre había llevado bastante dinero para comprar todo lo que necesitábamos para ese año. Ya me habían comprado la túnica blanca nueva porque la otra estaba deshecha, un pantalón vaquero Far West que era bien abrigado para el invierno y los zapatos Incalflex nuevos también porque los otros ya me quedaban chicos y también estaban destrozados. 

El murmullo iba en aumento en la medida que se amontonaba más gente y los chicos se impacientaban, porque se acercaba la hora de cerrar. Los empleados  apurados trataban de conseguir todo lo que les pedían. Algunos chiquilines ya se iban cargados de montañas de libros y cuadernos, felices. 

A mí me llamó la atención un globo terráqueo grande que había en una estantería, tan lleno de colores donde mostraba todos los países del mundo sobre el fondo azul que representaba los océanos. Estaba inclinado sobre su eje y se podía hacer girar.

-¡No toques eso -me retó mi hermana -que lo podés romper y después mamá lo tiene que pagar!

Pero yo no le hice caso y lo seguí mirando. A mi la geografía me encantaba y ver todos los nombres de los países, algunos tan raros y lejanos.

-¿Ves? -le dije a mi hermana -Acá estamos nosotros -le señalé el diminuto país que apenas se veía -¡Y cuando yo sea grande voy a viajar por todo el mundo!

-¿Ah, sí? -se rió mi hermana-.

-¡Sí, voy a viajar a China, a la U.R.S.S. y también a Japón porque voy a ser una persona muy importante! -le aseguré.

-Bueno -se desentendió ella -¡Pero ahora estás acá y mejor que prestes atención y saques buenas notas!

-¡Yo me saqué buenas notas en Geografía! -le retruqué enojado-.

-Sí, ¡pero en Aritmética no y en Historia tampoco! 

La Historia a mi me aburría un poco y la Aritmética me resultaba difícil con todos esos problemas... Pero las tablas de multiplicar me las aprendí de memoria. Y la geometría me encantaba.

Nuestra madre nos llamó porque ya la iban a atender. 

-Yo quiero ese globo terráqueo -le pedí.

-Bueno, después vemos. Ha de ser caro y tenemos bastantes cosas que comprar -me aseguró ella -Pasame la lista de los útiles. 

Se la dí.

-A ver... cuatro cuadernos de 100 hojas rayadas, dos de 50 hojas rayadas y un cuaderno de dibujo de hojas blancas -pidió mi madre. 

El dependiente -un hombre flaco y canoso- los trajo.

-También precisa una cartuchera!

-¡Que sea bien grande para poder poner de todo! -le aclaré.

El hombre nos mostró varios modelos. Simples y de dos pisos, con cierre de metal.

-¡Esta quiero! -aseguré- Era preciosa, con un dibujo escocés en rojo y azul.

-Dos lápices Faber n°2, negros, una caja de lápices de 12 o 24 colores, una goma de pan, un sacapuntas de metal... ¿Qué más...?.

-¡También preciso el juego de geometría!

El dependiente nos mostró:

-Este viene con semicírculo, un compás, una regla chica y dos escuadras...-

-Un frasco de goma líquida para pegar o cascola y un paquete de papel glacé de colores... 

-¿Está todo? -preguntó mi madre.

-Sí, ahora faltan los libros.

Me acerqué y leí la lista. 

-Preciso el libro de lectura para cuarto año, el de Historia del Uruguay, el de Geografía... 

El empleado iba y venía trayendo y apilando sobre el mostrador lo que le íbamos diciendo. Cada vez la pila crecía más.

-También necesito un Diccionario Escolar-.


Algunos de los libros eran los mismos que había usado mi hermana y no necesitamos comprarlos. Otras veces los comprábamos de segunda mano. Íbamos a la librería de usados que salían más baratos. Pero mi hermana había pasado al liceo y todo era distinto.  

Por suerte no teníamos que comprar cartera. Usaría la misma de cuero marrón que tenía dos bolsillos con broches plateados y que llevaba hacía un par de años.

El olor a papel y cartón se mezclaba con el de las maderas de los estantes y los mostradores. Mi hermana quería una caja de lápices de colores grande, de esos con 48 colores pero eran caros. A ella le encantaba dibujar. A mi, no mucho. Me gustaba más jugar a la pelota.

-Ella necesita una caja de colores Caran d'ache -le dijo mi madre al dependiente. 

El hombre trajo una con 36 lápices y otra con 48 y le dijo los precios. Mi hermana se acercó a mirarlas. El hombre abrió una. Era de lata con un dibujo de muchos colores donde estaban puestos todos los lápices cada uno en su canaleta para que no se movieran.

-Preguntale cuánto sale el globo terráqueo -le recordé.

-¡Ahora no, m'hijo! -me reprendió. -Cuando venga tu padre le pedís a él o a tu abuelo que le gusta hacerte regalos.

-¡No vale! -me quejé –¡A ella le comprás los lápices y a mi no me comprás lo que quiero!

-Ella precisa los lápices porque empieza el liceo y tiene que tener de los buenos porque le exigen para Dibujo y si no capaz que no saca buenas notas. 

Mi hermana se dio vuelta y me sacó la lengua burlándose. Yo le pegué una piña en el hombro.  

-¡Ay... portate bien, Carlitos que estamos en un comercio! -me retó mi hermana.


Al final, luego que mi madre pagó todo, salimos con dos enormes paquetes, uno cada uno. Mi hermana iba feliz porque llevaba la caja de colores que quería. 

Ya había oscurecido y muchos comercios habían bajado las cortinas. Los automóviles y ómnibus andaban todavía por la calle y algunas personas iban o venían apuradas, llegando de los trabajos. 

Entramos a casa cargados con los paquetes y yo me puse enseguida a mirar los libros. Mi hermana lo primero que hizo luego de lavarse las manos fue abrir la caja de colores y ponerse a pintar en unas hojas blancas grandes. Los colores eran preciosos, acuarelables. Pero como estábamos muertos de hambre, pronto nos fuimos a tomar la cocoa y a comer algo. Nuestro padre llegó un rato después y nos saludó con un beso. Le mostramos lo que habíamos comprado y mamá le contó lo que habíamos hecho. Yo aproveché para decirle del globo terráqueo. 

-¡Un globo terráqueo! Yo siempre quise tener uno -empezó con gran entusiasmo pero luego vio a mi madre que lo miraba con cara de reproche y acotó: -¡...bueno, pero primero vamos a ver como vienen esas notas! -y me guiñó un ojo-.

-¡Voy a tener que estudiar mucho! -dije resignado a mi madre. 

¡Aunque me parece que me lo voy a ganar de todas formas!