martes, 16 de diciembre de 2008

CABEZA DE TELEVISIÓN


Tenía una familia adorable y un trabajo bastante bueno. Cuando llegaba a la casa se recostaba en el gran sillón a mirar televisión mientras saboreaba algún bocadillo que su amada esposa le había preparado especialmente. Se sentía un hombre feliz. Hasta que lo echaron del trabajo.
Entonces comenzó a ver un poco más de televisión. Primero miraba los informativos para enterarse de las desgracias diarias que lo hacían sentir mejor, comparadas con la suya. También miraba alguna película o serial interesante y por supuesto los partidos de fútbol, pero como no conseguía empleo, para olvidar se refugiaba en la TV. La cantidad de horas que pasaba frente a la pantalla fue en aumento y poco a poco perdió el interés por las demás cosas de la vida. Su esposa le echaba las culpas de que lo hubieran despedido. Ella había tenido que salir a trabajar para mantener la casa; por lo que él seguía cada vez más tiempo sumido en las fantasías que se proyectaban a diario por los infinitos canales. Ya no buscaba empleo y se dedicaba a estar todo el día echado sobre el sofá con la vista perdida ante la gran caja de colores. A veces se reía aunque su rostro empezaba a ser inexpresivo. Ya casi no prestaba atención cuando su esposa le hablaba o sus hijos jugaban delante de él. Se pasaba las veinticuatro horas sin abandonar su sillón. Fue entonces cuando sobrevino el colapso; quedó totalmente inmóvil, sin articular palabra, los ojos fijos como sin vida mirando inevitablemente la pantalla aún si ésta estaba apagada. Los médicos dieron su diagnóstico: Catatonía Videosónica, e intentaron sacarlo de ese estado con inyecciones; pero era inútil, el hombre no reaccionaba.
Para sorpresa de quienes lo rodeaban, su cabeza se había transformado en una caja cuadrada. En sus ojos, más juntos y más grandes ahora, se proyectaban imágenes extrañas todo el día. La boca era un parlante y de sus antiguas orejas le
salían dos antenas plateadas.
La muerte llegó de manera inexorable.
Cuentan quienes
van al cementerio para llevarle flores, que al acercar el oído a su tumba pueden escucharse sonidos como de alguna película vieja, de esas que pasan por la televisión.


Ilustración: Adela Brouchy

(del libro: “La vida al mango” – 2003)