sábado, 2 de marzo de 2024

Útiles

 

         Teníamos que comprar los útiles para la escuela. Con mi madre y mi hermana, fuimos a la librería Barreiro y Ramos que quedaba a la vuelta de casa, en el Paso molino.

El edificio era antiguo con el frente oscurecido por el tiempo y las vidrieras repletas de los libros de texto multicolores para la escuela y el liceo del año que comenzaba. 

En el centro del salón se amontonaban varias mesas colmadas de cuadernos y útiles; y en las estanterías que llegaban hasta el techo podían verse cientos de libros de distintos grosores y colores. Muchas madres con sus hijos esperaban turno para ser atendidas por los empleados que no daban abasto con tanta demanda. Los chiquilines deambulaban por el salón, mirando mientras aguardaban. 

Mi madre había llevado bastante dinero para comprar todo lo que necesitábamos para ese año. Ya me habían comprado la túnica blanca nueva porque la otra estaba deshecha, un pantalón vaquero Far West que era bien abrigado para el invierno y los zapatos Incalflex nuevos también porque los otros ya me quedaban chicos y también estaban destrozados. 

El murmullo iba en aumento en la medida que se amontonaba más gente y los chicos se impacientaban, porque se acercaba la hora de cerrar. Los empleados  apurados trataban de conseguir todo lo que les pedían. Algunos chiquilines ya se iban cargados de montañas de libros y cuadernos, felices. 

A mí me llamó la atención un globo terráqueo grande que había en una estantería, tan lleno de colores donde mostraba todos los países del mundo sobre el fondo azul que representaba los océanos. Estaba inclinado sobre su eje y se podía hacer girar.

-¡No toques eso -me retó mi hermana -que lo podés romper y después mamá lo tiene que pagar!

Pero yo no le hice caso y lo seguí mirando. A mi la geografía me encantaba y ver todos los nombres de los países, algunos tan raros y lejanos.

-¿Ves? -le dije a mi hermana -Acá estamos nosotros -le señalé el diminuto país que apenas se veía -¡Y cuando yo sea grande voy a viajar por todo el mundo!

-¿Ah, sí? -se rió mi hermana-.

-¡Sí, voy a viajar a China, a la U.R.S.S. y también a Japón porque voy a ser una persona muy importante! -le aseguré.

-Bueno -se desentendió ella -¡Pero ahora estás acá y mejor que prestes atención y saques buenas notas!

-¡Yo me saqué buenas notas en Geografía! -le retruqué enojado-.

-Sí, ¡pero en Aritmética no y en Historia tampoco! 

La Historia a mi me aburría un poco y la Aritmética me resultaba difícil con todos esos problemas... Pero las tablas de multiplicar me las aprendí de memoria. Y la geometría me encantaba.

Nuestra madre nos llamó porque ya la iban a atender. 

-Yo quiero ese globo terráqueo -le pedí.

-Bueno, después vemos. Ha de ser caro y tenemos bastantes cosas que comprar -me aseguró ella -Pasame la lista de los útiles. 

Se la dí.

-A ver... cuatro cuadernos de 100 hojas rayadas, dos de 50 hojas rayadas y un cuaderno de dibujo de hojas blancas -pidió mi madre. 

El dependiente -un hombre flaco y canoso- los trajo.

-También precisa una cartuchera!

-¡Que sea bien grande para poder poner de todo! -le aclaré.

El hombre nos mostró varios modelos. Simples y de dos pisos, con cierre de metal.

-¡Esta quiero! -aseguré- Era preciosa, con un dibujo escocés en rojo y azul.

-Dos lápices Faber n°2, negros, una caja de lápices de 12 o 24 colores, una goma de pan, un sacapuntas de metal... ¿Qué más...?.

-¡También preciso el juego de geometría!

El dependiente nos mostró:

-Este viene con semicírculo, un compás, una regla chica y dos escuadras...-

-Un frasco de goma líquida para pegar o cascola y un paquete de papel glacé de colores... 

-¿Está todo? -preguntó mi madre.

-Sí, ahora faltan los libros.

Me acerqué y leí la lista. 

-Preciso el libro de lectura para cuarto año, el de Historia del Uruguay, el de Geografía... 

El empleado iba y venía trayendo y apilando sobre el mostrador lo que le íbamos diciendo. Cada vez la pila crecía más.

-También necesito un Diccionario Escolar-.


Algunos de los libros eran los mismos que había usado mi hermana y no necesitamos comprarlos. Otras veces los comprábamos de segunda mano. Íbamos a la librería de usados que salían más baratos. Pero mi hermana había pasado al liceo y todo era distinto.  

Por suerte no teníamos que comprar cartera. Usaría la misma de cuero marrón que tenía dos bolsillos con broches plateados y que llevaba hacía un par de años.

El olor a papel y cartón se mezclaba con el de las maderas de los estantes y los mostradores. Mi hermana quería una caja de lápices de colores grande, de esos con 48 colores pero eran caros. A ella le encantaba dibujar. A mi, no mucho. Me gustaba más jugar a la pelota.

-Ella necesita una caja de colores Caran d'ache -le dijo mi madre al dependiente. 

El hombre trajo una con 36 lápices y otra con 48 y le dijo los precios. Mi hermana se acercó a mirarlas. El hombre abrió una. Era de lata con un dibujo de muchos colores donde estaban puestos todos los lápices cada uno en su canaleta para que no se movieran.

-Preguntale cuánto sale el globo terráqueo -le recordé.

-¡Ahora no, m'hijo! -me reprendió. -Cuando venga tu padre le pedís a él o a tu abuelo que le gusta hacerte regalos.

-¡No vale! -me quejé –¡A ella le comprás los lápices y a mi no me comprás lo que quiero!

-Ella precisa los lápices porque empieza el liceo y tiene que tener de los buenos porque le exigen para Dibujo y si no capaz que no saca buenas notas. 

Mi hermana se dio vuelta y me sacó la lengua burlándose. Yo le pegué una piña en el hombro.  

-¡Ay... portate bien, Carlitos que estamos en un comercio! -me retó mi hermana.


Al final, luego que mi madre pagó todo, salimos con dos enormes paquetes, uno cada uno. Mi hermana iba feliz porque llevaba la caja de colores que quería. 

Ya había oscurecido y muchos comercios habían bajado las cortinas. Los automóviles y ómnibus andaban todavía por la calle y algunas personas iban o venían apuradas, llegando de los trabajos. 

Entramos a casa cargados con los paquetes y yo me puse enseguida a mirar los libros. Mi hermana lo primero que hizo luego de lavarse las manos fue abrir la caja de colores y ponerse a pintar en unas hojas blancas grandes. Los colores eran preciosos, acuarelables. Pero como estábamos muertos de hambre, pronto nos fuimos a tomar la cocoa y a comer algo. Nuestro padre llegó un rato después y nos saludó con un beso. Le mostramos lo que habíamos comprado y mamá le contó lo que habíamos hecho. Yo aproveché para decirle del globo terráqueo. 

-¡Un globo terráqueo! Yo siempre quise tener uno -empezó con gran entusiasmo pero luego vio a mi madre que lo miraba con cara de reproche y acotó: -¡...bueno, pero primero vamos a ver como vienen esas notas! -y me guiñó un ojo-.

-¡Voy a tener que estudiar mucho! -dije resignado a mi madre. 

¡Aunque me parece que me lo voy a ganar de todas formas!



viernes, 22 de diciembre de 2023

¡Feliz Navidad!


 Ya llega la Navidad, les deseamos a todos que la pasen con amor, salud y felicidad

Desde aquí les mando un abrazo y un gracias por seguirnos y les dejo un pequeño poema alusivo a la fecha que ya publiqué en otra oportunidad:


En un pesebre de Belén

junto a un burrito y un buey,

nació un niño especial.


Los magos de oriente,

oro, incienso y mirra

le quisieron regalar.


Y los pastores, 

con sus ovejas y cabras 

también lo fueron a adorar.

 

Algunos lo llaman el redentor

porque vino al mundo a traer 

un gran mensaje de amor.


Y en esta Navidad, 

recordando su mensaje

logremos un mundo mejor.




domingo, 19 de noviembre de 2023

La Bolsa (basado en un hecho real)


 

             Todas las tardes en la oficina nos mandaban de la cantina los bizcochos que habían sobrado del día, en una bolsa de papel grande. Nosotros nos la repartíamos entre los compañeros para terminarlos o simplemente se la llevaba alguno a su casa para comer la merienda con los hijos.

Esa tarde teníamos la bolsa de bizcochos sobre uno de los mostradores. Estábamos esperando la hora de salida mientras terminaban de hacer el arqueo de caja. Algunas limpiadoras andaban de un lado para el otro con sus baldes y trapos. Unos pocos compañeros quedaban haciendo horas extras en el local amplio y cada vez más silencioso.

Un policía gordo y canoso que siempre hacía chistes con nosotros, estaba aguardándonos para acompañarnos al banco de enfrente a depositar la recaudación del día.

Pusieron el dinero en una bolsa de papel grande sobre el mostrador y nuestro jefe nos llamó.

Salimos los tres, el policía, mi compañero y yo. Estaba oscureciendo. Por las dudas miré a todos lados. No andaba mucha gente por allí y las luces de la calle empezaban a encenderse. Cruzamos la calle a pie, como hacíamos todos los días. Tocamos el timbre de la puerta de madera del costado del banco para que nos abrieran. A esa hora, el horario de atención al público había finalizado pero algunos funcionarios quedaban haciendo tareas administrativas y recibiendo el dinero nuestro y de otras empresas que venían a depositar. El guardia descorrió la mirilla de metal y viéndonos nos abrió para que entráramos. Luego de los saludos de costumbre fuimos a la caja para hacer el depósito. Al abrir la bolsa de papel para sacar el dinero se desprendió un aroma que nos resultó altamente sospechoso. Encontramos que la bolsa estaba llena de… ¡bizcochos!

-¿Y la plata? –exclamó mi compañero, alarmado.

-¡Tiene que estar allá, en la oficina! – le dije con miedo.

-¡Si nos robaron la guita, estamos fritos! – me dijo con terror en la voz.


Tan rápido como pudimos salimos del banco, cruzamos la calle casi corriendo con el policía detrás de nosotros, sudando la gota gorda, y volvimos a la oficina con el corazón en la boca. Era la plata de la recaudación de todo ese día – y en esa época se recaudaba mucho.

Cuando llegamos nuevamente a la sección, un par de compañeros continuaban trabajando tranquilamente y una limpiadora le estaba pasando un trapo al mostrador de madera. Allí arriba se hallaba solitaria una bolsa grande de papel.

Con gran temor nos acercamos y la abrimos, sólo para comprobar que… el dinero aún estaba dentro. Lo contamos rápidamente y cerrándola bien volvimos a salir rumbo al banco, entre risas.

-¿Vo, estás seguro que ahora sí llevás la correcta? -me dijo mi compañero, con sorna.

-Sí -le contesté muy seguro, pero me volví a fijar por las dudas.

-Tuvieron suerte, muchachos –nos dijo el policía riéndose- Miren si alguno se la llevaba para la casa…


Nadie había reparado en aquella bolsa abandonada sobre el mostrador y que todos creían era de bizcochos. Esta vez sí pudimos depositar el dinero y nos volvió el alma al cuerpo.


Ilustración: Adela Brouchy


domingo, 10 de septiembre de 2023

La señal de los astros


 El astrólogo, un hombre flaco, de barbita en punta y pelo cano miró por encima de sus anteojos gruesos. Como cada día se encontraba en la sala de techos altos esperando a sus clientes. Un ventanal con cortinas de encaje filtraba la luz del sol que daba sobre la mesa redonda de madera lustrada.

La consultante -una bonita mujer, alta, de unos treinta y cinco años- entró por la puerta y se sentó frente a él en la silla de respaldo alto de roble.

-Quiero que me haga mi carta natal, para saber que me depara el destino y quiero saber si me voy a casar -enunció.

-Muy bien, señorita. Dígame su fecha de nacimiento: día, mes y año -pidió el astrólogo.

Ella se los facilitó.

-También necesito la hora y la ciudad donde nació -y procedió a anotarlos con una lapicera plateada. El astrólogo tenía una hoja pronta con un extraño círculo dividido en doce partes.

La observó con ojos penetrantes y luego le dijo:

-Para realizarle la carta debo consultar las efemérides, y hacer todos los cálculos, ver qué planetas influían en su destino al momento de nacer y de qué manera. Todo ello lleva su tiempo. Vuelva la semana que viene. Para entonces le tendré lista la carta con todos los datos y se los daré gustoso.

La mujer lo miró con sus ojos verdes y le pareció que no le era indiferente.

-Ahora debo pedirle una seña como pago provisorio-.

La mujer abrió la cartera de cuero negro y le dio un par de billetes como adelanto para el trabajo. Luego, se levantó y con una amplia sonrisa se despidió del hombre mirándolo a los ojos y se marchó con paso firme.


Esa noche y al día siguiente, él se dedicó a su tarea astrológica y comprobó que ella corría serio peligro. Según lo que aparecía en la carta, podría sufrir un atentado o un accidente fatal más o menos en esa época de su vida. Así lo consignaban los astros.

Revisó una y otra vez los datos para confirmar la posición de los distintos planetas. Marte aparecía en una casa desfavorable. Esto sumado a los otros planetas le aspectaban muy mal su futuro próximo.

Por esa razón, le pidió a uno de sus discípulos -un joven que estudiaba con él- para que verificara todos los cálculos. No quería cometer errores.

El joven le confirmó todas sus predicciones.

¿Debía advertirle sobre el peligro que corría? Si le iba a ocurrir algo debía alertarle para que si el suceso era inevitable, por lo menos no fuera fatal. Pero debía tener cuidado en la manera que se lo comunicara pues no era la primera vez que por no preparar adecuadamente a un consultante, éste iba derecho al encuentro de su destino. Podría ser contraproducente. Él sabía bien que hay dos destinos en la vida. Uno, es el que marcan los astros y no puede ser cambiado. Pero existe otro destino que tiene que ver con las decisiones de la persona. A veces el conocimiento de los riesgos hacía que la persona cambiara una decisión y el suceso no ocurriera tal cual lo mostraba el horóscopo. Así se habían salvado muchos que con tino evitaron meterse en situaciones peligrosas y lograron vivir mejor. Pero por alguna razón, en este caso, él se sentía responsable.


Ella regresó a la semana siguiente, tal cual lo pactado. El hombre le leyó todo lo que salía en su carta natal y lo que le deparaba su destino. La mujer -hoy vestida toda de rojo- escuchaba atentamente lo que el astrólogo le decía y lo miraba como extasiada.

Él tuvo especial cuidado en no asustarla pero sí que entendiera que debía prestar atención con quien andaba y a qué situaciones se exponía.

A ella eso no pareció preocuparle demasiado. En cambio, insistió en si podría casarse.

-Sí, -le aseguró él-.

-Es que yo tuve un novio una vez... fue una experiencia muy triste... -declaró algo nerviosa -...y no he encontrado a ningún hombre aún con quien poder compartir la vida...-volvió a mirarlo a los ojos-.

-Muy pronto, por lo que aparece aquí, se puede ver que conoce a una persona que se complementa muy bien con usted y puede llegar a haber casamiento-.


La mujer pagó el resto del dinero por el trabajo y se retiró como la vez anterior, con paso firme, luego de darle las gracias y mirarlo nuevamente con esos ojos color esmeralda.

El astrólogo quedó solo, pensativo. Ella le atraía mucho y le despertó un sentimiento de compasión enorme que le impelía a cuidarla.

Soñaba con ella. La veía morir en sus brazos. Se despertaba sudando para comprobar que no era más que un sueño.

Debía hacer algo. Pero no era bueno involucrarse con los clientes. Sin embargo...


Él, era soltero. Comenzó a seguirla para saber cómo estaba. Había averiguado donde trabajaba y conocía sus horarios. Entonces, muchas veces, la vigilaba a cierta distancia para estar atento por si algo le ocurría.

Ella salía todos los días a las 7 de la tarde del estudio notarial donde trabajaba.

Y él, la aguardaba generalmente en el antiguo bar que se encontraba en la esquina desde donde podía observarla llegar, a través de la ventana, mientras tomaba algún café.

Una tarde fría y gris, ella entró al bar a tomar algo y se sentó en una mesa cercana. Él, aprovechó para observarla más detenidamente a la tenue luz de las lámparas. Ella no lo vio en un primer momento. Luego, él se le acercó.

-Disculpe, señorita -le dijo. Estaba esperando a una persona que al parecer ya no viene y la ví a usted.

Ella se sorprendió un poco de encontrarlo allí pero lo invitó a sentarse a su mesa.


Entre el bullicio de la gente que entraba y salía del bar y los mozos que iban y venían, charlaron un rato y él trató de sonsacarle algunos datos mientras bebían unas tazas de café con medias lunas.

Quería saber cómo estaba, si había conseguido a ese novio para casarse o no. Y sobre todo si no corría peligro.

Ella, tenía un amplio vestido floreado y usaba un maquillaje que la hacía ver muy atractiva con los labios bien rojos y delineados. Un poco de sombra en los párpados, remarcaban esos ojos verdes tan hermosos.

-Discúlpeme pero se me está haciendo tarde y debo volver a casa –aseveró ella suavemente.

-Sí, claro, Yo también debo marcharme. La acompaño hasta la esquina si no le molesta.

Ella lo miró y asintió.

Él iba caballerosamente a su lado para protegerla mientras regresaban. Ya se hacía la noche y andaba poca gente por las veredas. Unos cuantos automóviles surcaban la avenida.


Al doblar la esquina se encontraron de frente con un hombre.

-¡Te dije que si te veía con otro tipo te iba a matar! –gritó-.

-¿Qué haces aquí? –a ella le temblaron los labios-.

El hombre la miró de arriba a abajo y acto seguido sacó un revólver de su bolsillo.

La mujer se echó atrás pero su ex-novio ya fuera de sí abrió fuego contra ella. El astrólogo intentó interponerse entre ambos y el disparo le dio en un brazo.

Ella gritó horrorizada -¿Qué has hecho?-.

Sin mediar palabra, abrió fuego una vez más y la mujer cayó herida al suelo. Luego el hombre huyó rápidamente. Algunas personas se acercaron a las víctimas para auxiliarlas. Pronto llegó una ambulancia y se los llevó al hospital.


El astrólogo se recuperó luego de varios días pero ella lamentablemente falleció. No la pudo salvar. Sin saberlo, la había llevado a su destino.


 

viernes, 3 de marzo de 2023

El can neurótico

 



I

El amplio salón del hotel se fue llenando de gente. La enorme araña con caireles de plástico iluminaba el lugar. Las paredes eran de color rosa y las columnas decoradas en dorado. Había cuadros con gruesos marcos mostrando los retratos de ilustres visitantes. El murmullo de la gente se expandía por el recinto. La orquesta de cámara ejecutaba antiguas melodías entreteniendo a los presentes. La gran mesa que dominaba el salón -con su mantel de hule bordado- esperaba para ser servida.

El camarógrafo debería estar en su lugar para cuando Jazmine apareciera y seguir cada uno de sus movimientos. Dos hombres con trajes bordados se colocaron a ambos lados de la escalinata e hicieron sonar las trompetas y un tercer hombre anunció en voz alta el nombre de la agasajada.

Jazmine apareció en lo alto de la escalera, al pie de la cual una larga alfombra roja le señalaba el camino por el que llegaría al vasto salón de fiestas, donde quinientos ávidos invitados la esperaban. Ella estaba radiante. Tenía un vestido negro que llegaba hasta el suelo y resaltaba la blancura de su cuerpo. Dos aretes dorados pendían de sus orejas y una gargantilla del mismo color completaban su indumentaria. llevaba largos bucles que le caían a ambos lados de la cabeza y los labios pintados de color rojo sangre. Todos los presentes estaban de acuerdo que se encontraba realmente hermosa.

Descendió la escalera al ritmo de la música del "Danubio azul" con la cabeza en alto -demostrando su antiguo linaje- y caminó con paso ligero, observando a unos y a otros que la miraban maravillados. Llegó al salón y de un salto se sentó en el asiento que le tenían reservado en la cabecera de la mesa.

Se dio la orden de comenzar. Inmediatamente una docena de mozos aparecieron con sus bandejas repletas de manjares -fríos y calientes- y comenzaron a servirlos. Los invitados -ansiosos por comer- se abalanzaron a la mesa y en pocos minutos arrasaron con la comida.

Todo eso para festejar el cumpleaños de Jazmine, la perrita Caniche más hermosa de la región.

II

Peter no era el perro más mimado del mundo. Luis -su dueño- lo había encontrado en la calle un día de lluvia, revolviendo la basura. Apenas tenía unos meses de nacido. Lo recogió porque le dio lástima verlo allí todo mojado. Era un pequeño ejemplar de Cocker negro.

Se lo llevó a la casa. Lo bañó y le dio de comer. Luis vivía solo en un apartamento en un décimo piso. Se había divorciado y se sentía solo. Necesitaba una compañía.

Peter -a su vez- se sentía muy contento de tener a alguien que lo cuidara, y enseguida se adaptó al nuevo hogar.

En realidad fue Luis quien lo bautizó con nombre inglés ya que no sabía cómo llamarlo. El perro al principio no comprendía pero con el tiempo se acostumbró al sonido que su dueño usaba con él y respondía en cuanto lo llamaba.

Luis trabajaba en una oficina y estaba poco en casa excepto los fines de semana. Era entonces cuando aprovechaban para salir a pasear. El resto de la semana, el perro quedaba solo en el apartamento. Era muy inteligente y habilidoso. Por eso no le fue difícil acostumbrarse a escuchar la voz de su dueño en el contestador. Cuando oía la voz de Luis, salía corriendo al teléfono y con su pata delantera oprimía el botón del aparato y le ladraba. Así Luis podía saber si el animal se encontraba bien. Todas las tardes Luis lo llamaba por teléfono para saber cómo estaba y ambos se sentían más acompañados.

Un día Luis decidió comprarle uno de esos gimnasios especiales para perros que vendían en las tiendas de mascotas. Como el apartamento era chico y él no estaba mucho, el perro permanecía encerrado todo el día y no tenía donde correr a gusto. Muchas veces cuando Luis llegaba al hogar de noche, encontraba que Peter le había mordido los sillones y todo el relleno estaba esparcido por el suelo o que le había quebrado algún adorno de porcelana. Con el gimnasio -en cambio- podría hacer ejercicio y entretenerse sin que le destrozara nada. El veterinario le había dicho que eran muy buenos, así que Luis se decidió y se lo trajo de regalo para su cumpleaños -o más bien para el aniversario de su encuentro- ya que ignoraba la verdadera fecha de nacimiento del can.

Peter al principio no sabía que era todo ese armatoste que su dueño le había traído pero muy pronto cuando Luis con algo de paciencia y mucho trabajo pudo armarlo y ponerlo a funcionar, se entusiasmó y se subió de un salto a él.

Podía ser encendido fácilmente al oprimir el botón que se encontraba en la parte de abajo a un costado, como para que hasta el propio perro pudiera hacerlo funcionar sin dificultad, cuando deseara dar un paseo.

El artefacto constaba de varias partes:

Tenía una cinta sin fin para caminar, un lanzapelotas para que jugara, un árbol artificial con tierra para hacer sus necesidades, las que se volcaban en la parte inferior -donde un procesador químico se encargaba de descomponer. Enfrente a la cinta había una pantalla de Tv donde aparecían diversos paisajes: campo agreste, bosque, playa y ciudad. También poseía ducha y secador de pelo automático. Incluía además, un hueso de goma de regalo.


Peter se subía solo al gimnasio y con su pata oprimía el botón de arranque. Luego, cuando lo deseaba volvía a oprimir alguno de los otros botones que le permitían entre otras cosas cambiar el paisaje que se proyectaba en la pantalla. Cuando tenía ganas de enterrar un hueso podía hacerlo bajo el árbol artificial. Se entretenía bastante jugando solo, por las tardes, hasta que se cansaba y se echaba a dormir. Y ya no le rompía cosas en el apartamento a su dueño.

Pero Peter, como todo animal sentía el llamado de la naturaleza. Luis no quería llena el apartamento de animales y además no conocía quien pudiese oficiar de novia para su mascota. Ni siquiera conocía a muchos de sus vecinos, ya que pasaba la mayor parte del tiempo trabajando. Así que cuando llegó el verano y quiso irse de vacaciones debió buscar quien lo cuidara.

Recordó la tarjeta que el veterinario le había dado la última vez que llevó a Peter a revisar. Era de uno de esos hoteles para mascotas en donde brindaban diversos servicios.

Lo llevó allí. Peter creyó que sería abandonado nuevamente. Luis trató de hacerle entender de lo que se trataba. Tendría piscina para nadar y refrescarse, servicio de paticura, brushing y demás accesorios de belleza. Tendría un dormitorio con cama especial superpullman y comidas con más de doscientos platos diferentes a su elección. Y además... una decena de perras para elegir, finas y bellas, todas en celo -este servicio se pagaba aparte, por supuesto-.

Luis se fue contento luego de dejarlo allí, pensando que su perro se divertiría mientras él se dedicaba a descansar lejos y a conquistar algunas mujeres.

III

Jazmine era uno de los cuatro perros que tenían en la casa y había sido criada con los mayores cuidados. Alimentación balanceada, guardarropa especial para su protección en los días de lluvia o fríos. A cambio se le pedía compañía y que le diera una buena descendencia para vender. Debería cruzarse con perros de su propia raza conseguidos por la dueña a tales fines.

Un día, su dueña la encontró en actitud comprometedora junto a uno de los machos de Boxer que ella tenía. Puso el grito en el cielo, no podía permitir una cruza de esa naturaleza. "Las razas debían conservarse puras o todo se volvería un caos. Sus descendientes podrían ser confundidos con esos animales que cría la gente común o los bichicomes"

Inmediatamente ambos perros fueron separados y a Jazmine la encerraron de manera que no pudiera volver a acercarse a los demás perros de la casa, para no correr riesgos nunca más.

Pero Jazmine no obedecía a los requerimientos de su dueña. Ésta le había conseguido varios candidatos de la mayor pureza y ya tenía reservadas todas las crías a gente de su círculo social. Uno a uno Jazmine los rechazaba. Y su dueña se enfurecía. La perra era la única a quien no lograba cruzar y le hacía perder muchos dólares.

IV

Peter comió abundantemente y recibió gustoso todos los servicios prestados pero seguía extrañando a su dueño.

Una hermosa perra Foster fue la elegida por él. Se la instalaron en una suite con música romántica, decorada en tonos de rosa, adecuados para la ocasión.

Estuvieron corto rato en compañía, ya que Peter se dio cuenta que la perra con quien estaba no era otra cosa que un robot que despedía feromonas para excitar al can de turno. Estaba programada para realizar las destrezas del cortejo y la cópula y dejar satisfecho al cliente. Lo descubrió cuando por alguna falla mecánica la perra comenzó a despedir humo hasta quedar absolutamente chamuscada e inmóvil. Peter recibió varias descargas eléctricas que lo dejaron nervioso y asustado y más triste que antes añorando la vuelta a casa. Dejó de comer por las noches aullaba, despertando a los demás perros que se ponían a contestarle provocando un gran escándalo en el hotel y despertando a los vecinos de la zona.

Por fin llegó Luis, más bronceado que antes y contento de las vacaciones. Peter al verlo se le tiró encima haciéndole fiestas y ladrándole enloquecido.

El dueño del hotel le contó lo sucedido y Luis se sintió culpable por haberlo dejado. Se fueron juntos cuando el perro se calmó.

V

Jazmine continuaba jugueteando a su libre antojo y rechazando las órdenes que su dueña le daba. Ésta comenzó a impacientarse.

Estaba cansada de su mascota, hacía tres años que a tenía. Había visto otra hermosa ejemplar la última vez que pasó por el shopping y le pareció mucho más "fina", haría juego con su estilo de vida actual. Ya había cambiado de casa, de auto y hasta de marido, ¿por qué no iba a cambiar también de mascota? Así que decidió dejarla en la calle.

Ante la sorpresa del animal, Jazmine fue echada de su habitación -de improviso- por el mayordomo y le fueron quitadas todas sus joyas y su ropa cara. El hombre no animándose a tirarla a la calle, la dejó en el jardín, cerca de la puerta de servicio. Al mayordomo le daba lástima echarla de esa manera. ¿Adónde iría a parar una perra de su categoría y no acostumbrada a la dura vida de la ciudad?

Últimamente se veían por el barrio muchos perros de distintas razas -pasados de moda- que deambulaban revolviendo los tachos de basura para comer. Se los veía tristes, sucios y debían dormir en cualquier lado. Al no estar acostumbrados a esa vida sufrían mucho y algunos ni siquiera sabían valerse por sí mismos.

El mayordomo le daba comida a Jazmine a escondidas de la dueña -en el fondo de la casa- tras la cocina.

Por varios días el sistema funcionó aunque la perra se sentía extrañada por el repentino cambio de vida. Y varias veces intentó volver a entrar a la casa. Hasta que una tarde la dueña la vio.

-¿No le dije que no quería volver a ver a esta perra en la casa? -le reprendió la mujer enojada. -¿Por qué no la echó como el dije?

-Es que me da lástima, pobrecita...

-¡Nada de lástima, saque de una vez a ese animal o lo haré yo misma!

-Sí, señora -contestó el mayordomo con tono resignado.

La perra dio contra la acera y se puso a rasguñar el portón de madera durante un buen rato. La idea era dejarla allí y más tarde cuando no lo vieran hacerla entrar o esconderla en las habitaciones de servicio. Pero Jazmine se sentía morir. Comenzó a caminar por la cuadra para consolarse y se alejó del lugar.

VI

Durante el regreso a casa, Peter iba enloquecido con su dueño. Hasta que se encontró con una hembra. Ella andaba por la vereda de enfrente y al ver al perro se le acercó haciéndole fiestas. Peter recordó a la perra mecánica con quien había sufrido el accidente y temiendo que otra vez le sucediera algo similar intentó huir. Luis quería retenerlo con la correa pero no podía, el perro lo arrastraba. La perra lo perseguía. Peter comenzó a dar vueltas alrededor del hombre enredándole las piernas con la correa y tirando de ella asustado para escapar. Ella continuaba tratando de darle alcance, hasta que Luis se desparramó por el suelo con ambos perros ladrando y saltando por encima de él sin poder controlar a ninguno y creando un tremendo alboroto. Inmediatamente una señora cruzó la calle llamando a la perra -quien al fin obedeciéndole se fue con ella.

Cuando Luis se desenredó y se puso de pie Peter estaba acurrucado temblando contra la pared. Lo levantó con ambas manos, lo cargó y se lo llevó de allí.

Decidió llevar al perro al veterinario. Le explicó lo ocurrido y éste le dio la tarjeta de un profesional que se ocupaba de estos casos y podría atenderlo.

No muy convencido de que sirviera lo llevó a la dirección donde indicaba la tarjeta. Era un doctor especializado en psicología canina.

El doctor le pidió a Luis que esperara afuera. Hizo sentar al perro en un sofá muy mullido y comenzó a mostrarle una serie de imágenes en una pequeña pantalla. Quería determinar sus reacciones. Anotaba en una libretita todo lo que el perro hacía. Primero le mostró escenas de paisajes y el perro no demostraba temor. Luego le mostró comida –acompañada del olor correspondiente- Peter se relamió. Cuando el doctor le puso delante de sus ojos la imagen de una perra y el aroma a feromonas fue olfateado por el can, este tuvo varias reacciones. Primero saltó del sofá acercándose a la pantalla e inmediatamente volvió a su lugar y se acurrucó a los pies del hombre. Se puso a aullar mirando al doctor con ojos suplicantes como pidiéndole que no lo volviera a engañar.

El doctor diagnosticó: neurosis sexual.

Hizo pasar a Luis.

-Lo que necesita este animal es una hembra de verdad. Ha sufrido una experiencia traumática.

Luis le contó lo ocurrido en el hotel y en la calle. El doctor lo miró por sobre los lentes y le dijo:

-¡Muy mal, mi amigo! Este perro ha sufrido mucho. Cuando usted lo dejó en el hotel, seguramente él revivió el trauma de su primer abandono lo que le ocasionó una ansiedad muy grande. Para colmo el accidente que le produjo la descarga eléctrica vino a complicar aún más las cosas. Necesita cariño y un ambiente tranquilo. Hay que acercarlo progresivamente a sus congéneres para que pierda el miedo. Le va a llevar un tiempo, hasta poder descondicionarlo por completo.

A Peter lo recostaron en un diván, el doctor le conectó diversos sensores eléctricos en las patas y en varias partes del cuerpo para medirle las reacciones mientras le ponía una música relajante y le hablaba despacio para tranquilizarlo. Al mismo tiempo proyectaba imágenes de paisajes y perros realizando distintas proezas. Cuando el perro se ponía nervioso los sensores emitían un sonido y a veces Peter ladraba o aullaba. Inmediatamente el doctor le suministraba una dosis de tranquilizante.

Este proceso llevó varias sesiones, hasta que el can perdió por completo el miedo a sus pares femeninas y a las imágenes del cortejo. Estaba listo para experimentar en carne propia el acercamiento a una hembra verdadera. Luis le pagó al doctor y se llevó contento al perro.

VII

Jazmine continuaba vagabundeando por la ciudad, le daba miedo el ruido de los automóviles y más de una vez estuvo en peligro de ser atropellada por uno de ellos. No sabía cómo conseguir comida y tampoco tenía mucho hambre. Al pasar por el frente de una casa un enorme Mastín negro le arrojó su temible ladrido asustándola enormemente. No estaba acostumbrada a ver animales de ese tamaño.

Corrió asustada hasta ponerse a salvo. Llegó a una plaza donde había mucho verde y el ruido de los autos era más suave. Se acurrucó bajo un banco vacío y se durmió. Estaba cansada de vagar y se sentía deprimida, sin saber qué hacer.

Luis había salido a caminar con Peter por el barrio. El perro estaba contento de poder ver césped y árboles de verdad. A cada uno que encontraba se acercaba y levantaba la pata para marcar su territorio. Jugueteaba y le hacía fiestas al dueño, contento.

Llegaron a una plaza. Luis se sentó mientras el perro seguía dando vueltas y ladrando. En eso llegó Jazmine y se echó al pie del banco donde se encontraba Luis descansando. Miraba al hombre y al perro con cara triste para ver si le prestaban atención.

Peter la vio echada allí y lo primero que hizo fue alejarse con cierto temor. Después se le acercó y la olfateó. La perra levantó la cabeza y se puso a ladrar. Luis que continuaba sentado bajo un frondoso eucaliptus lo miró y pensó: "A lo mejor consigue novia"

Luego de un rato ambos perros correteaban juntos muy entretenidos. Entonces Luis resolvió que era hora de irse, se puso de pie, llamó a su perro y se fueron juntos. La perrita al verlo alejarse comenzó a seguirlos.

Cuando llegaron a la casa, Luis la vio, la hizo entrar -le daba lástima- y como Peter parecía no sentirse mal la bañó y le dio de comer. Jazmine estaba muerta de hambre.

Ambos perros parecían llevarse bien pero Luis pensaba que la perra era propiedad de alguien por lo que trató de averiguar en el barrio pero nadie la conocía. El veterinario -que sí la conocía- le dijo que era Jazmine, la perra de una millonaria que tenía por costumbre cambiar de mascota cada vez que se cansaba de ella. Esta era la quinta perra que tiraba a la calle. Y le aseguró que no era la única persona que hacía lo mismo. Había ya demasiados perros vagabundos por la ciudad que sus dueños abandonaban porque no tenían suficiente dinero para mantenerlos o simplemente porque no estaban de moda.

El veterinario había puesto un criadero en su casa con todas las mascotas que la gente desechaba. Ya no sabía qué hacer con tantos perros. Cuando alguien quería uno se lo vendía peo siempre se aseguraba que fueran personas que amaban a los animales, no soportaba a la gente que no tenía corazón.

Luis entendió que lo único que podía hacer era quedarse con la perra. A él siempre le gustaron los animales.

Peter, por su parte, se hallaba contento de tener una nueva compañera a la que no temía. Había recobrado su humor habitual y correteaba con su novia por el apartamento. Así que Jazmine se quedó para siempre.

Un año después Luis decidió mudarse a una casa con fondo donde hubiera espacio suficiente para Peter, Jazmine y sus seis cachorritos.


Gerardo Alvarez Benavente

Del libro: "La vida al mango" 2003

Ilustración: Adela Brouchy



jueves, 9 de febrero de 2023

"La Biblioteca" - 2° Premio en el 44° concurso Dr.A. Manini Ríos

 



    La bibliotecaria -una mujer de mediana edad y lentes gruesos- estaba sentada tras el escritorio leyendo mientras esperaba que llegara la hora de la salida. La tarde caía y los últimos rayos de sol entraban por la pequeña ventana iluminando tenuemente la sala. El último lector se acercó con un par de libros en la mano para devolverlos. La mujer le entregó la cédula de identidad y saludó amablemente al que se retiraba. Puso los libros en el pequeño montacargas, oprimió el botón y éste subió hasta el segundo piso.

    Allí arriba un empleado los agarró para guardarlos. Luego se dirigió a la estantería correspondiente y los colocó en su lugar según su numeración y código. De repente varios libros cayeron de otro estante, todos a la vez como si una mano invisible los hubiera tirado a propósito. El hombre, molesto, se agachó a recogerlos y volvió a poner los ejemplares en su estante. No era la primera vez que ocurría esto. Últimamente los libros se caían solos, sin explicación. Algunos empleados creían que era por culpa de la obra en construcción que se estaba llevando a cabo en el predio de al lado.

    El sereno decía que por las noches escuchaba ruidos extraños, muchas veces y aseguraba que llegó a ver como una bruma plateada que se desplazaba por los pasillos de la biblioteca. Al principio los demás no le creyeron pero sabían que el sereno era un hombre recto que no bebía y era muy querido. En los últimos meses, además, cuando por la mañana llegaban los empleados encontraban libros diseminados por el piso, algo cada vez más frecuente. Por eso algunos decían que había un "fantasma" en la biblioteca.


    El reloj dorado marcó la hora de cierre. El sereno ya había llegado y se preparaba para pasar la noche. Los últimos empleados se aprontaron para marcar la salida. La bibliotecaria cerró la puerta de madera de la sala principal con llave, como hacía cada noche. Pasó por los ficheros de consulta para el público. Uno de los cajoncitos de madera lustrada estaba salido y cuando ella se aproximó para cerrarlo comenzaron a saltar las tarjetas amarillas de cartón y a volar, desparramándose por el suelo. Ella se agachó para levantar los cartoncitos y cuando lo hizo sintió un frío que la atravesó y creyó percibir un cuchicheo. Puso las tarjetas sobre la parte superior del fichero con intención de ordenarlas a la mañana siguiente. ¡Qué fastidio! -tendría que ordenarlas otra vez a primera hora.

    Cuando al día siguiente ella llegó a la biblioteca encontró al sereno furioso. Se había pasado toda la noche persiguiendo los ruidos y tratando de "cazar al fantasma". Esa noche los raros sucesos habían aumentado. Por alguna razón, "el fantasma" parecía estar más molesto que de costumbre. La mayor parte de los ficheros estaban tirados y una alfombra amarilla de fichas desparramadas cubría el suelo. Pero eso no era todo. Las estanterías estaban semi vacías y gran cantidad de libros de los distintos autores se entreveraban por doquier en los pasillos superiores. Incluso aparecieron algunos ejemplares en la planta baja como si "el fantasma" los hubiera tirado con rabia tratando de romperlos.


    Cuando los empleados revisaron las cámaras de seguridad vieron como los libros volaban de una parte a otra como si un huracán se hubiera desatado dentro de la biblioteca.

    Ya los empleados no querían seguir trabajando allí pues últimamente se pasaban reordenando todo, la mayor parte del día y muchas veces no encontraban los libros que la gente pedía en sala. Y ahora sí, todos creían que se trataba de un suceso paranormal. El director decidió llamar a un grupo de parapsicólogos para ver que se podía hacer al respecto.

    Tres hombres de aspecto extravagante y gestos ampulosos aparecieron con sus extraños aparatos y dieron vuelta por toda la biblioteca. Los parapsicólogos registraron un grado muy alto de movimiento psicoquinético. Pusieron cámaras infrarrojas y otros detectores para tratar de saber claramente de qué entidad se trataba y llegaron a la conclusión de que efectivamente había un fantasma.

    La única solución era llamar a una médium y hacer una sesión espiritista para tratar de comunicarse con el ente para saber que era lo que quería.


    Unas noches más tarde se reunieron para realizar la sesión los parapsicólogos, la médium repleta de collares, la bibliotecaria y el sereno.

    En penumbras, situaron una mesa antigua y amplia de madera en medio de la sala de recepción y se sentaron alrededor. Todos se tomaron de las manos. Se hizo el silencio más absoluto y la médium entró en trance. Comenzó a llamar a la presencia fantasmal para que se presentara y se acercara a ellos.

    De pronto, los libros de las estanterías comenzaron a volar como era costumbre. La bibliotecaria y el sereno se sobresaltaron.

    -¡Ven! -pronunció la médium con voz profunda --¡Ven con nosotros y dinos quién eres!

    Los libros dejaron de caer y un viento frío azotó los rostros de los presentes.

    -¡Dinos quién eres y qué quieres! -continuó la médium -¡Estamos aquí para ayudarte!

    Una neblina plateada se agitó delante de sus ojos durante algunos segundos. Luego silencio...

    -Dinos ¿eres el espíritu de un funcionario de la biblioteca?-

    Comenzaron a sentirse golpes a diestra y siniestra.

    Otra vez la neblina plateada: el frío recorrió la sala y giró alrededor de la mesa. Luego más golpes.

    De repente cayeron tres, cuatro libros sobre la mesa donde se celebraba la sesión. Todos se apartaron atemorizados, excepto la médium que volvió a invocar al espíritu para que se acercase y hablara con ellos.

    La bibliotecaria revisó los libros una vez que se le pasó el susto. Eran todos de un mismo autor. La médium continuó impasible:

    -¿Acaso eres un escritor?

    Cayeron más libros del mismo autor. Esta vez la bibliotecaria los tomó rápidamente y los hojeó ya sin tanto sobresalto.

    -¿Qué deseas? ¿Por qué esa furia? ¿Te han hecho algo?

    Silencio...


    Unos minutos más tarde cuando parecía que ya no ocurriría nada más y los que estaban alrededor de la mesa se estaban por levantar, apareció volando una tarjeta del fichero y cayó sobre la mesa. La bibliotecaria la tomó entre sus manos y ajustándose los gruesos lentes procedió a leer en voz alta lo que estaba escrito en ella:

    -Fulano de Tal (1930 - )

    El nombre que figuraba en la tarjeta era el del mismo autor de todos los libros que habían aparecido sobre la mesa, minutos antes.

    -Parece que Fulano está enojado -observó la médium. -Quizás está enojado porque su ficha no está actualizada -dijo en tono de reproche mirando a la bibliotecaria. -Si es un espíritu es porque murió y la tarjeta sólo tiene su fecha de nacimiento pero no tiene la fecha de fallecimiento... y quizás haya más datos que faltan -opinó con voz grave-.

    -Sí -replicó la bibliotecaria frunciendo el ceño, molesta. -Estamos atrasados porque nos falta personal y rubros. ¡No damos abasto!

    -Creo que él quiere que se actualicen sus datos -continuó la médium con su voz profunda-.

    -Bueno, trataremos de hacerlo lo antes posible -acotó la bibliotecaria con cierta ansiedad.

    Se oyeron más golpes y la neblina brilló sobre sus cabezas.

    -Si te comportas bien y ordenas los libros que has desordenado se te corregirán los datos que faltan -sentenció la médium-.

    Fue un compromiso.


    Al otro día la biblioteca amaneció limpia y los libros y ficheros en orden. Entonces la bibliotecaria puso manos a la obra y con sus empleados corrigieron los datos del escritor fallecido.


    Nunca más hubo problemas y cuando un libro no se encontraba, el fantasma ayudaba a los empleados a buscarlo.



Gerardo Alvarez Benavente (2022)

Ilustración: Adela Brouchy

domingo, 1 de enero de 2023

Trans-formaciones - Libro para bajar o leer

En el año 1997 publiqué mi libro "Trans-formaciones",  un libro de cuentos uruguayos que mezclan realidad y fantasía. 

Ahora que ya se agotó la edición decidí publicarlo digitalmente de forma gratuita en la página de Freeditorial. 

En el siguiente link: 

https://www.freeditorial.com/es/books/trans-formaciones-gerardo-alvarez-benavente 

pueden bajarlo totalmente gratis o leerlo en línea.


¡Qué lo disfruten!


domingo, 25 de diciembre de 2022

En un pesebre de Belén



 En un pesebre de Belén

junto a un burrito y un buey,

nació un niño especial.


Los magos de oriente,

oro, incienso y mirra

le quisieron regalar.


Y los pastores, 

con sus ovejas y cabras 

también lo fueron a adorar.

 

Algunos lo llaman el redentor

porque vino al mundo a traer 

un gran mensaje de amor.


Y en esta Navidad, 

recordando su mensaje

logremos un mundo mejor.



domingo, 26 de junio de 2022

Del libro "Trans-formaciones"

 


Cuando ganemos el 5 de Oro


Estaban juntos alrededor de la mesa, atentos al locutor que mostraba las cifras en el tablero luminoso. Casi todos tenían alguna boleta del 5 de Oro.

-Yo los quiero mucho -pensaba el dueño de casa- pero si llegara a sacar no sé si les diría algo. Tendría que disimular delante de todos. Pero si gano y no les digo nada capaz que se enteran igual. Y si les digo, seguro que me manguean. Ellos son buenos pero tienen sus problemas, tienen deudas, caprichos -como todo el mundo- y... pajaritos en la cabeza...

-¡Ah, si yo saco, me compro una casa en Carrasco -dijo la gorda -me voy a vivir ahí y no laburo más!

-Sí, yo tampoco -acotó su cuñado. -Lo primero que hago es poner la guita en el banco y me voy de viaje. Después veo lo que hago con el resto.

-¡Ah, no! -dijo Carlos -Yo pongo un negocio.

-¿Para qué querés un negocio? -le dijo su mujer.

-Para tener más plata -le respondió él.

-¡Vos estás loco!, seguir laburando después que tenés medio millón de dólares.

-Y... no es tanto -dijo la Tota -Mirá que después tenés otros gastos, otro estilo de vida. ¡No te dá pa' nada!

-¡Qué no te va a dar! -le retrucaron varios.

-Y sí -les respondió ofendida. -Tenés otras amistades, fiestas, regalos caros... Se va enseguida.


Él, los miraba a todos. Se peleaban por un dinero que no existía. Nunca van a verla -pensaba -porque yo me voy a ganar esa guita. Hace tres años que vengo siguiendo los mismos números y según las estadísticas tengo que sacar un día de estos. Ya tengo todo calculado: casa nueva, auto, yate, cuenta en el banco, viajar por todo el mundo. Podría comprar todas las cosas que añoré durante años...

La niña cantora pronunció el primer número, con su voz fuerte y clara.

-... es uno de los míos -pensó. -Podré aguantarme la emoción, sin duda. Yo soy un tipo muy tranquilo...

La segunda bolilla también la tenía.

-¡Yo las tengo! -exclamó el novio de la hija. -Ahora voy a poder crear el instituto.

-...¡Qué mala suerte!, tener que compartir el premio con este nabo, que es capaz de regalar la plata a los pobres. ¡A mí no me va asacar mi dinero!

La tercera bolilla rodó por el tubo de acrílico y chocó con la anterior. Tenía las tres.

-¡Ah, esa no la tengo! -exclamó el novio.

-...¡Qué suerte! Ahora toda la guita es para mí. Lo primero que voy a hacer es comprarme una pantalla de televisión de las más grandes, un súper equipo de audio con mil watts de potencia y con carrousell para compactos y una filmadora y voy a cambiar todo el mobiliario y voy a instalar un yacuzzi y...

La cuarta bolilla cayó. También la tenía. Iban las cuatro al hilo. El locutor hizo una pausa para aumentar el suspenso y recordó la cantidad en juego.

-...y voy a hacer negocios importantes y entonces voy a tener más plata y voy a comer en los mejores restaurantes y me voy a comprar los gabanes de piel de camello y voy a tener muchos sirvientes para mandar...

En la sala se hizo un silencio absoluto. Todos esperaban la última bolilla. Todos miraban el televisor para ver si por lo menos podían desquitar la jugada.

-...y no voy a tener que laburar más y voy a poder mandar al jefe a cagar y no voy a tener que verle más la cara a estos estúpidos y...

Y salió la quinta...

-¡Gané, gané! -gritaba y comenzó a dar vueltas alrededor de la sala -¡Gané, giles! ¡Soy RICO!

Todos lo miraron sorprendidos. A algunos se les subió la bronca a la cara. Pero igual lo felicitaron. Su mujer lo abrazaba.

-Bueno, ahora supongo que nos vas a invitar a tu nueva casa -le dijo el cuñado.

-Y nos vas a tirar unos mangos para la operación de la nena -le dijo la gorda -y después para mi tratamiento para adelgazar.

-¡NO! -exclamó enfurecido -¡No les voy a dar nada! ¡Es mía, toda mía!

-¡Nuestra! -le recordó su mujer -No me podés negar mi parte, la ley lo exige. Ahora me voy a poder comprar el tapado de armiño y el brazalete y el anillo... y me vas a poner una sirvienta para que cocine y haga las cosas de la casa. ¡Yo ahora no hago nada más!

-¡NO! -volvió a gritar el hombre. -¡ES MI DINERO! ¡ME VOY A IR A UNA ISLA A VIVIR SOLO Y A VOS NO TE VOY A DAR NADA PORQUE ME VOY A DIVORCIAR!

-¡No podés hacernos esto! -gritó la hija. ¡También es mi dinero! Además yo me quiero casar.

-¡QUÉ EL VAGO DE TU NOVIO TRABAJE Y TE MANTENGA! ¡YO NO LE VOY A DAR PLATA A NADIE!

Todo el grupo comenzó a rodearlo y a acercársele amenazante.

-¡DAME LA BOLETA! - vociferó la mujer.

El hombre volvió a gritar que no y trató de escabullirse. Pero los demás habían formado un cerco a su alrededor. Su mujer se fue a la cocina y volvió con el palo de amasar.

-¿DÓNDE ESTÁ LA BOLETA? -preguntó la mujer decidida.

-No te lo voy a decir -respondió burlonamente el hombre.

-Dale, ¡aflojá! No te hagás el vivo. Mirá que si no esto va a terminar mal -le advirtió su cuñado. -¡Dejate de pavadas!

El hombre viendo que no podía zafar se cruzó de brazos y se quedó mudo. Entonces la mujer se le abalanzó con el palo en la mano mientras los demás abrían el cerco para que ella pasara. La tensión era tremenda. Alguien dijo:

-¡HAY QUE REVISARLO! y enseguida le vaciaron los bolsillos buscando la ansiada boleta.

El hombre intentó resistirse pero no pudo. Al final la encontraron y comenzaron a saltar y a bailar. El hombre estaba rabioso y cuando los demás se descuidaron, él se abalanzó contra su mujer y se la quitó.

Pero entonces los otros volvieron a arrojarse sobre él para sacársela una vez más, el papel voló... y fue a parar a la estufa que estaba encendida. En pocos segundos quedó tan chamuscado que aunque lo rescataron fue imposible siquiera adivinar la jugada.


Mención de Honor XIX Concurso Dr. A. Manini Ríos (1997) organizado por A.E.D.I. - Uruguay.