jueves, 9 de febrero de 2023

"La Biblioteca" - 2° Premio en el 44° concurso Dr.A. Manini Ríos

 



    La bibliotecaria -una mujer de mediana edad y lentes gruesos- estaba sentada tras el escritorio leyendo mientras esperaba que llegara la hora de la salida. La tarde caía y los últimos rayos de sol entraban por la pequeña ventana iluminando tenuemente la sala. El último lector se acercó con un par de libros en la mano para devolverlos. La mujer le entregó la cédula de identidad y saludó amablemente al que se retiraba. Puso los libros en el pequeño montacargas, oprimió el botón y éste subió hasta el segundo piso.

    Allí arriba un empleado los agarró para guardarlos. Luego se dirigió a la estantería correspondiente y los colocó en su lugar según su numeración y código. De repente varios libros cayeron de otro estante, todos a la vez como si una mano invisible los hubiera tirado a propósito. El hombre, molesto, se agachó a recogerlos y volvió a poner los ejemplares en su estante. No era la primera vez que ocurría esto. Últimamente los libros se caían solos, sin explicación. Algunos empleados creían que era por culpa de la obra en construcción que se estaba llevando a cabo en el predio de al lado.

    El sereno decía que por las noches escuchaba ruidos extraños, muchas veces y aseguraba que llegó a ver como una bruma plateada que se desplazaba por los pasillos de la biblioteca. Al principio los demás no le creyeron pero sabían que el sereno era un hombre recto que no bebía y era muy querido. En los últimos meses, además, cuando por la mañana llegaban los empleados encontraban libros diseminados por el piso, algo cada vez más frecuente. Por eso algunos decían que había un "fantasma" en la biblioteca.


    El reloj dorado marcó la hora de cierre. El sereno ya había llegado y se preparaba para pasar la noche. Los últimos empleados se aprontaron para marcar la salida. La bibliotecaria cerró la puerta de madera de la sala principal con llave, como hacía cada noche. Pasó por los ficheros de consulta para el público. Uno de los cajoncitos de madera lustrada estaba salido y cuando ella se aproximó para cerrarlo comenzaron a saltar las tarjetas amarillas de cartón y a volar, desparramándose por el suelo. Ella se agachó para levantar los cartoncitos y cuando lo hizo sintió un frío que la atravesó y creyó percibir un cuchicheo. Puso las tarjetas sobre la parte superior del fichero con intención de ordenarlas a la mañana siguiente. ¡Qué fastidio! -tendría que ordenarlas otra vez a primera hora.

    Cuando al día siguiente ella llegó a la biblioteca encontró al sereno furioso. Se había pasado toda la noche persiguiendo los ruidos y tratando de "cazar al fantasma". Esa noche los raros sucesos habían aumentado. Por alguna razón, "el fantasma" parecía estar más molesto que de costumbre. La mayor parte de los ficheros estaban tirados y una alfombra amarilla de fichas desparramadas cubría el suelo. Pero eso no era todo. Las estanterías estaban semi vacías y gran cantidad de libros de los distintos autores se entreveraban por doquier en los pasillos superiores. Incluso aparecieron algunos ejemplares en la planta baja como si "el fantasma" los hubiera tirado con rabia tratando de romperlos.


    Cuando los empleados revisaron las cámaras de seguridad vieron como los libros volaban de una parte a otra como si un huracán se hubiera desatado dentro de la biblioteca.

    Ya los empleados no querían seguir trabajando allí pues últimamente se pasaban reordenando todo, la mayor parte del día y muchas veces no encontraban los libros que la gente pedía en sala. Y ahora sí, todos creían que se trataba de un suceso paranormal. El director decidió llamar a un grupo de parapsicólogos para ver que se podía hacer al respecto.

    Tres hombres de aspecto extravagante y gestos ampulosos aparecieron con sus extraños aparatos y dieron vuelta por toda la biblioteca. Los parapsicólogos registraron un grado muy alto de movimiento psicoquinético. Pusieron cámaras infrarrojas y otros detectores para tratar de saber claramente de qué entidad se trataba y llegaron a la conclusión de que efectivamente había un fantasma.

    La única solución era llamar a una médium y hacer una sesión espiritista para tratar de comunicarse con el ente para saber que era lo que quería.


    Unas noches más tarde se reunieron para realizar la sesión los parapsicólogos, la médium repleta de collares, la bibliotecaria y el sereno.

    En penumbras, situaron una mesa antigua y amplia de madera en medio de la sala de recepción y se sentaron alrededor. Todos se tomaron de las manos. Se hizo el silencio más absoluto y la médium entró en trance. Comenzó a llamar a la presencia fantasmal para que se presentara y se acercara a ellos.

    De pronto, los libros de las estanterías comenzaron a volar como era costumbre. La bibliotecaria y el sereno se sobresaltaron.

    -¡Ven! -pronunció la médium con voz profunda --¡Ven con nosotros y dinos quién eres!

    Los libros dejaron de caer y un viento frío azotó los rostros de los presentes.

    -¡Dinos quién eres y qué quieres! -continuó la médium -¡Estamos aquí para ayudarte!

    Una neblina plateada se agitó delante de sus ojos durante algunos segundos. Luego silencio...

    -Dinos ¿eres el espíritu de un funcionario de la biblioteca?-

    Comenzaron a sentirse golpes a diestra y siniestra.

    Otra vez la neblina plateada: el frío recorrió la sala y giró alrededor de la mesa. Luego más golpes.

    De repente cayeron tres, cuatro libros sobre la mesa donde se celebraba la sesión. Todos se apartaron atemorizados, excepto la médium que volvió a invocar al espíritu para que se acercase y hablara con ellos.

    La bibliotecaria revisó los libros una vez que se le pasó el susto. Eran todos de un mismo autor. La médium continuó impasible:

    -¿Acaso eres un escritor?

    Cayeron más libros del mismo autor. Esta vez la bibliotecaria los tomó rápidamente y los hojeó ya sin tanto sobresalto.

    -¿Qué deseas? ¿Por qué esa furia? ¿Te han hecho algo?

    Silencio...


    Unos minutos más tarde cuando parecía que ya no ocurriría nada más y los que estaban alrededor de la mesa se estaban por levantar, apareció volando una tarjeta del fichero y cayó sobre la mesa. La bibliotecaria la tomó entre sus manos y ajustándose los gruesos lentes procedió a leer en voz alta lo que estaba escrito en ella:

    -Fulano de Tal (1930 - )

    El nombre que figuraba en la tarjeta era el del mismo autor de todos los libros que habían aparecido sobre la mesa, minutos antes.

    -Parece que Fulano está enojado -observó la médium. -Quizás está enojado porque su ficha no está actualizada -dijo en tono de reproche mirando a la bibliotecaria. -Si es un espíritu es porque murió y la tarjeta sólo tiene su fecha de nacimiento pero no tiene la fecha de fallecimiento... y quizás haya más datos que faltan -opinó con voz grave-.

    -Sí -replicó la bibliotecaria frunciendo el ceño, molesta. -Estamos atrasados porque nos falta personal y rubros. ¡No damos abasto!

    -Creo que él quiere que se actualicen sus datos -continuó la médium con su voz profunda-.

    -Bueno, trataremos de hacerlo lo antes posible -acotó la bibliotecaria con cierta ansiedad.

    Se oyeron más golpes y la neblina brilló sobre sus cabezas.

    -Si te comportas bien y ordenas los libros que has desordenado se te corregirán los datos que faltan -sentenció la médium-.

    Fue un compromiso.


    Al otro día la biblioteca amaneció limpia y los libros y ficheros en orden. Entonces la bibliotecaria puso manos a la obra y con sus empleados corrigieron los datos del escritor fallecido.


    Nunca más hubo problemas y cuando un libro no se encontraba, el fantasma ayudaba a los empleados a buscarlo.



Gerardo Alvarez Benavente (2022)

Ilustración: Adela Brouchy