domingo, 30 de marzo de 2014

La Yapa


La yapa era un premio que se le daba a los clientes por parte de los comercios como agradecimiento por comprar allí. Era un plus que dejaba contenta a la gente que la recibía. Generalmente era algo así como una golosina o algo de poco valor monetario, o un poco más del producto que se compraba, y cuando no se daba se sentía su ausencia.

La yapa se fue como el vintén, aquellas moneditas de 2 centésimos, luego de 20 que servían para comprar alguna cosa de poco valor. Un vintén pa’l Judas, pedían los niños antes de Navidad. Desapareció junto con las cachilas, que hoy valen fortunas como coches de colección y que eran muy fuertes aunque, claro, no desarrollaban mucha velocidad. También desaparecieron los tranvías que transitaban sobre los rieles de las calles con su característico sonido a metal y el olor a madera y cuero de su interior, y cero contaminación ya que eran eléctricos –los más antiguos, más chicos y los tiraban caballos-. Años más tarde también se irían los Trolleybuses, también eléctricos que surcaron las avenidas durante muchos años con sus colores azul-celeste y rojo.

Se fueron las cocinas a leña y los Primus, aquellas cocinillas doradas al que había que poner alcohol para encender su hornalla y darle bomba para que funcionaba y que cada tanto había que “destaparle el oído” con una aguja de lata especial para tal tarea.

Ya no están las viejas vitrolas y los discos de 78 revoluciones por minuto y las radios a válvula. Las cataplasmas y las ventosas para la salud, los biombos y tantas otras cosas que hoy son piezas de museo.

Los hombres no usan pantalones con tiradores ni las mujeres enaguas bajo las faldas.

Desaparecieron muchos juegos infantiles, donde se podía correr y jugar en grupo, como la mancha o la escondida y también los oficios más comunes: el talabartero, el zapatero remendón, el lustrabotas, las tejedoras a mano…

Los almuerzos en familia, el buen trato entre los vecinos, la siesta de todas las tardes, la vida tranquila…

Las empresas donde uno entraba a trabajar siendo joven, ascendía y se jubilaba después de 40 años de labor.

El respeto a la palabra dada, dar las gracias y tener la puerta abierta todo el día sin miedo a los ladrones.

Los “asaltos” de Carnaval, donde caía gente desconocida a una casa cualquiera, disfrazados y hasta con máscaras y celebraban con comida y bebida que el dueño de casa ofrecía.

Arrasadas por el “progreso” estas y otras cosas desaparecieron.