domingo, 19 de noviembre de 2023

La Bolsa (basado en un hecho real)


 

             Todas las tardes en la oficina nos mandaban de la cantina los bizcochos que habían sobrado del día, en una bolsa de papel grande. Nosotros nos la repartíamos entre los compañeros para terminarlos o simplemente se la llevaba alguno a su casa para comer la merienda con los hijos.

Esa tarde teníamos la bolsa de bizcochos sobre uno de los mostradores. Estábamos esperando la hora de salida mientras terminaban de hacer el arqueo de caja. Algunas limpiadoras andaban de un lado para el otro con sus baldes y trapos. Unos pocos compañeros quedaban haciendo horas extras en el local amplio y cada vez más silencioso.

Un policía gordo y canoso que siempre hacía chistes con nosotros, estaba aguardándonos para acompañarnos al banco de enfrente a depositar la recaudación del día.

Pusieron el dinero en una bolsa de papel grande sobre el mostrador y nuestro jefe nos llamó.

Salimos los tres, el policía, mi compañero y yo. Estaba oscureciendo. Por las dudas miré a todos lados. No andaba mucha gente por allí y las luces de la calle empezaban a encenderse. Cruzamos la calle a pie, como hacíamos todos los días. Tocamos el timbre de la puerta de madera del costado del banco para que nos abrieran. A esa hora, el horario de atención al público había finalizado pero algunos funcionarios quedaban haciendo tareas administrativas y recibiendo el dinero nuestro y de otras empresas que venían a depositar. El guardia descorrió la mirilla de metal y viéndonos nos abrió para que entráramos. Luego de los saludos de costumbre fuimos a la caja para hacer el depósito. Al abrir la bolsa de papel para sacar el dinero se desprendió un aroma que nos resultó altamente sospechoso. Encontramos que la bolsa estaba llena de… ¡bizcochos!

-¿Y la plata? –exclamó mi compañero, alarmado.

-¡Tiene que estar allá, en la oficina! – le dije con miedo.

-¡Si nos robaron la guita, estamos fritos! – me dijo con terror en la voz.


Tan rápido como pudimos salimos del banco, cruzamos la calle casi corriendo con el policía detrás de nosotros, sudando la gota gorda, y volvimos a la oficina con el corazón en la boca. Era la plata de la recaudación de todo ese día – y en esa época se recaudaba mucho.

Cuando llegamos nuevamente a la sección, un par de compañeros continuaban trabajando tranquilamente y una limpiadora le estaba pasando un trapo al mostrador de madera. Allí arriba se hallaba solitaria una bolsa grande de papel.

Con gran temor nos acercamos y la abrimos, sólo para comprobar que… el dinero aún estaba dentro. Lo contamos rápidamente y cerrándola bien volvimos a salir rumbo al banco, entre risas.

-¿Vo, estás seguro que ahora sí llevás la correcta? -me dijo mi compañero, con sorna.

-Sí -le contesté muy seguro, pero me volví a fijar por las dudas.

-Tuvieron suerte, muchachos –nos dijo el policía riéndose- Miren si alguno se la llevaba para la casa…


Nadie había reparado en aquella bolsa abandonada sobre el mostrador y que todos creían era de bizcochos. Esta vez sí pudimos depositar el dinero y nos volvió el alma al cuerpo.


Ilustración: Adela Brouchy