martes, 30 de noviembre de 2021

"Canis Familiaris" - (A Kafka)

 


I

Una noche se despertó Gilberto Zonzo convertido en perro. Sentía su cuerpo muy extraño y tenía calor. Una gran comezón en la espalda le hizo rascarse instintivamente con una pata. Después se quedó pensando en lo que acababa de hacer. Trató de encender la luz de la veladora pero no pudo: sus manos no le respondían, notaba los dedos cortos y las uñas largas. Asustado comenzó a tocarse; parecía tener una gran masa de pelos que le cubría todo el cuerpo, inclusive la cabeza. Al tanteársela notó que su nariz y sus mandíbulas se habían estirado, formando un hocico. Intentó gritar pero de su boca lo único que salió fue un par de ladridos. Ya sin saber que hacer y totalmente aterrado se acurrucó sobre la almohada, como un niño pequeño buscando la protección de su madre. Se puso a llorar a pesar de sus casi diecisiete años y pasó así largo rato mientras su cuerpo tiritaba, hasta que se durmió.

Cuando volvió a despertarse se filtraba un haz de luz por la ventana. Se desperezó suavemente y recordó con ligera amargura lo que creía haber sido un mal sueño. Pero entonces se vio: las manos totalmente peludas al igual que el resto del cuerpo. Nuevamente el terror le asaltó y el corazón le latió enloquecido como para salírsele del pecho. Saltó de la cama y cayó sobre sus cuatro patas, caminó lentamente, cruzó el pasillo y se dirigió al baño para observarse en el espejo. Al entrar comprobó que estaba demasiado alto para poder verse; así que con mucho esfuerzo trató de arrastrar un banco que allí había. Despacio empujando con su hocico y ayudándose con dos patas delanteras logró ponerlo enfrente del lavatorio, encima del cual se encontraba el espejo. De un salto logró colocarse sobre el banco y desde allí contempló su nueva figura. Tenía las orejas largas, dos manchas marrones a ambos lados del cuerpo que contrastaban con el resto del pelaje; su cabeza también era marrón y el aspecto general resultaba algo cómico. Movió la cola como intentando contentarse pero pronto la volvió a dejar quieta, decepcionado. El miedo ya había desaparecido y se había transformado en amargura y resignación. Sólo le quedaba por saber como reaccionaría su familia al verlo así.

Salió del baño, miró a todos lados y se puso a recorrer la casa. No encontró a nadie. Correteó un poco y contempló como la casa había crecido; el techo estaba más lejos de él y los muebles lo contemplaban amenazadores. Luego de un rato comenzó a sentir hambre, fue a la cocina en busca de algo de comida pero sólo encontró un poco de pan viejo encima de la mesa. La heladera permanecía inaccesible para él. Miró y vió nuevamente el pedazo de pan, se encaramó a la silla que estaba al lado y de allí subió a la mesa. Comía con dificultad, ayudándose con las patas delanteras. De pronto sintió un estruendo que lo sobresaltó, acababa de pegarle a una jarra que allí había y sus pedazos se esparcieron por el suelo dejando además un gran charco. A los pocos minutos, Gilberto sintió voces acercándose e inmediatamente después el ruido de una llave girando en la cerradura. Rápidamente corrió a esconderse y casi se cayó debido a los vidrios y el agua desparramada sobre el piso de la cocina. Sorteando los obstáculos se escondió bajo el sofá del living y allí se quedó. Eran sus padres que regresaban con su hermana de diez años. Sólo veía los zapatos y escuchaba sus voces. Esperó en silencio.

-¡Pero qué es este desastre! -gruñó el padre al entrar en la cocina. -¡No se puede dejar solo a Gilberto, ya rompió algo!

Gilberto aún escondido empezó a ponerse nervioso, como siempre que su padre lo rezongaba. Deseó salir para aclarar el asunto pero temió que fuera demasiado pronto.

La madre ahora barría el piso de la cocina, mientras el padre iba al cuarto de su hijo para reprenderlo.

-¡Gilberto...Gilberto! -gritó -¿dónde se habrá metido este boludo?

Sus padres lo buscaron por unos minutos, llamándole pero en vista de que no aparecía pensaron que habría salido con alguno de sus amigos.

A los pocos minutos llegó Gabriela, su hermana mayor. Gilberto decidió salir de su escondite; ella lo miró, lo acarició sin saber de quien se trataba y siguió para su cuarto mientras él la miraba alejarse.

-No me reconoció -pensó tristemente -quizás sea mejor así.

-¡Qué lindo perrito! -dijo Andrea, su hermana menor. Y se acercó también a tocarlo.

Él, la miró con sus ojos tristes como intentando explicarle lo que había ocurrido, pero ella tampoco parecía reconocerlo. Por fin, Gilberto decidió ir a su propio cuarto. Corrió hasta allí y luego saltó encima de su cama. Apareció su padre una vez más y con él, el resto de la familia. Allí estaba el perro ladrando como desesperado, saltando de la cama al piso y del piso a la cama. Todos lo quedaron mirando sin entender que era lo que quería decirles.

-¿Podemos quedarnos con el perrito? - preguntó la más chica. -Es muy lindo.

-¡No! -dijo el padre. -No quiero animales en nuestra casa.

-¡Dale, sí... por favor! -insistió la niña.

-¡No! -volvió a decir el padre -Además ya viste lo que hizo en la cocina. Lo voy a sacar de la casa.

-La verdad es que nos puede ser útil como guardián -intervino la madre -sugiero que se ponga a votación.

Gilberto las miraba atento y ladraba como aprobando lo que decían su hermana y su madre. Ahora se había bajado de la cama y estaba al lado de sus hermanas.

-No podemos -aseguró el padre -falta Gilberto; además yo ya dije que no. No sabemos de dónde salió ese perro. Si es de alguien o si está enfermo.

Gilberto se acercó a su biblioteca y poniéndose en dos patas intentó sacar un libro de la estantería. Gabriela vio que intentaba sacar el libro preferido de su hermano. Se preguntó qué diablos podría querer ese perro. La discusión proseguía y Gilberto no lograba hacerles entender quien era él. Al final ganó el padre y se dispuso a echar el perro a la calle. Todavía nadie entendía como había entrado a la casa, pero de todas formas debería irse. El perro corrió asustado a esconderse pero el padre que lo seguía de cerca lo vio cuando se metía bajo el sofá de la sala. Corrió el mueble para atraparlo, a lo que Gilberto respondió con tal tarascón que por poco le come la mano. El padre ya enfurecido fue por un palo y lo obligó a salir. El perro bajó la cabeza y se marchó lentamente por el medio de la calle. La puerta se cerró de golpe.


II

En la casa todo el mundo volvió a sus tareas. El clima era, sin embargo, tenso. Cuando se sentaron a comer, nadie mencionó palabra, todos se encontraban sumidos en sus pensamientos acerca de lo ocurrido y a la vez preocupados por la ausencia del hijo. El padre había salido a buscarlo por el barrio sin hallarlo. No se encontraba en la casa de ninguno de sus amigos, ni en la sala de "maquinitas" que tanto le gustaba frecuentar. Al llegar la noche sus padres avisaron a la policía y en los días que siguieron la labor fue intensa pero no encontraron rastros de su hijo ni en los hospitales, ni en las seccionales de policía; simplemente había desaparecido.

Gilberto por su parte, trató de sobrevivir como pudo durante varios días. Vagó por las calles, revolviendo bolsas de basura para comer algo pero todo le resultaba inmundo. Pasó hambre y se mojó. Una tarde se reunió con una jauría que seguía a una ovejera alemán muy "seductora". Tenía deseos sexuales pero no se atrevía a satisfacerlos con una perra, por más que él fuera un perro ahora. Terminó siguiendo a una bonita rubia de minifalda y se contentó con frotar su pelaje en las suaves piernas de la muchacha.

De noche se refugiaba en la entrada de alguna casa. Una noche se acurrucó en un pequeño porche, allí durmió un buen rato hasta que llegaron los dueños. Ambos estaban borrachos, el hombre se le acercó y le pegó una patada que le hizo temblar todo el esqueleto. Saltó asustado con un dolor penetrante en las costillas y se lo quedó mirando. El hombre era grande como un rancho y su mirada le hizo temer más golpes. Se sentía el olor a alcohol y las risotadas de la mujer. El hombre le gritó que se fuera y Gilberto obedeció.

Cansado de tantos rodeos, Gilberto decidió volver a su casa con la esperanza de que al verlo alguna de sus hermanas lo dejaran entrar a dormir, aunque fuera por una noche.

Después de caminar un buen rato en la oscuridad, logró llegar a su querido hogar. Su estado era lamentable: estaba sucio, tan flaco que le saltaban algunas costillas y además muy cansado. Pensando en que su familia se habría dormido comenzó a rascar la puerta con una de las patas y a gemir débilmente. Al cabo de unos pocos minutos alguien le abrió la puerta, era su hermana menor. Al verlo se le iluminó el rostro. Lo dejó entrar y rápidamente fue a traerle una manta con que cubrirlo. Después se quedó contemplándolo unos instantes mientras le rascaba el lomo. El se quedó allí, cerca de la puerta, durmiendo hasta que amaneció. Cuando se despertó fue a su viejo cuarto, sigilosamente... y allí encontró una sala de estar; ninguno de sus muebles estaba, ni la cama, ni la biblioteca, ni nada más. Entristecido volvió a echarse sobre la manta en la que había dormido.

El resto de la familia se fue levantando y cuando lo vieron comenzaron las discusiones nuevamente. Al final, el padre cedió y Gilberto se pudo quedar con ellos. El ambiente estaba cambiado, ya nada era como antes; su madre se notaba más triste y apagada, sus hermanas lo extrañaban y su padre parecía preocupado y más débil. La adquisición de ese perro quizás sirviera para alegrar un poco más la casa.


III

Los meses fueron pasando lentamente y de a poco la casa fue tomando un nuevo color. Ya casi no se mencionaba al hijo muerto y Gilberto debió con dificultad ir aprendiendo todas las costumbres de un verdadero perro. Aprendió a jugar a la pelota con sus hermanas: mordiéndola la traía y la llevaba y cuando quería impulsarla con el hocico. Tuvo que ayudarse con las patas para comer lo que le preparaba su madre. Enterraba los huesos en el fondo, bajo la higuera. Extrañaba a sus amigos, el liceo y las tardes sin hacer nada. No lo dejaban entrar a la casa más que en ocasiones especiales. Su padre le construyó una linda cucha con unas maderas; tenía techo a dos aguas pintado de blanco y el resto de color rojo; le había dado un almohadón que hacía las veces de cama y una frazada para los días de invierno. Para él, ese era su nuevo refugio.

Gilberto ya había desistido de todo intento de hacerles saber quien era. A veces cuando Gabriela estudiaba en verano bajo la frondosidad del sauce, él se le acercaba despacito para que lo acariciara. Le tomaba parte del refresco que acostumbraba beber mientras leía. Ella lo miraba con los ojos tiernos, le acariciaba la cabeza y él se acurrucaba a su lado hasta quedarse dormido.

Una tarde soleada Gilberto estaba echado bajo la sombra de los naranjos y de pronto se le ocurrió una idea: trataría de escribir su nombre en el piso de tierra para que lo vieran. Revolvió en el fondo hasta encontrar un palito lo suficientemente duro como para que no se quebrara y se acercó a Gabriela y a Andrea que estaban jugando en otra parte del terreno. Comenzó a ladrarles para que lo siguieran; al no entender qué era lo que su perro quería, las muchachas no le prestaron atención. Él prosiguió con sus intentos y mordió el bajo del pantalón de su hermana mayor, tirando con fuerza. Cuando consiguió llevarlas hasta donde quería tomó la ramita con su boca y fue escribiendo una a una las letras de su real nombre. Sin demostrar demasiado interés las muchachas miraron lo que el perro hacía. Después se dieron cuenta de lo que ocurría: estaba escribiendo la palabra "Gilberto". Las letras no salieron muy perfectas pero se notaban lo suficiente como para entenderlas. Por un momento ambas se quedaron atónitas. El ladrido del perro las sacó de ese estado. Lo abrazaron y comenzaron a llorar. El perro ladró nuevamente y juntos los tres intentaron comunicarse.

-¿Sos Gilberto? -le preguntó su hermana mayor. A lo que el perro movió la cabeza como asintiendo.

-¡Yo quiero que vuelva a ser mi hermano! -gritó su hermanita, sollozando.

-No puede -le dijo Gabriela a Andrea. -Ahora es perro y no puede volver a ser persona. -A continuación le preguntó a Gilberto. -¿Te sentís bien, así?

El perro volvió a mover la cabeza de forma que pareciera un no.

Continuaron comunicándose de esa forma por un largo rato y le prometieron ayudarlo para que su vida no fuera tan penosa. A pesar de que los padres no creyeron la historia de su transformación cuando intentaron explicársela, consiguieron que lo dejaran entrar más a la casa y que la madre le preparara mejores comidas. Cuando los padres no las veían, le traían libros para que leyera y el walkman para que pudiera escuchar su música preferida. Dentro de la casa toda la familia, incluido Gilberto, miraban la televisión.

Al pasar el tiempo la vida del ahora perro volvió a parecerse un poco más a su vieja vida de humano. Aún seguía durmiendo en su cucha y enterrando sus huesos en el fondo pero ahora tenía mejores cosas para hacer y ya casi no se aburría.

Un día, a petición de las muchachas le festejaron el cumpleaños dentro de la casa; comió en el piso pero en plato nuevo, un gran trozo de carne y como postre le sirvieron un pedazo de torta que habían hecho en su honor.


IV

Una tarde de primavera, la familia decidió salir a pasear. Fueron al parque cercano y por supuesto Gilberto los acompañó en plan de perro. Pasaron una tarde muy bella; los trinos de los pájaros se oían como nunca, los árboles llenos de verde y de flores de colores alegraban el día. Gilberto estaba contento, iba y venía correteando, tratando de mirar todo lo que tenía a su alrededor. Hacía mucho tiempo que no veía tanto movimiento ni tanta gente. En su casa la vida era más sosegada y de vez en cuando venían algunas visitas que movían un poco más el clima formal de la familia. Pero hoy veía chicos corriendo como él, por allí; algunos jugaban a la pelota y otros iban en bicicleta de un lado para el otro. También, después de mucho tiempo podía ver jóvenes de su edad y recordar los tiempos en que tenía una barra de amigos.

Luego, al caer la tarde y comenzar a refrescar, la familia reanudó la caminata de regreso. Iban contentos hablando unos con otros mientras el perro se les adelantó ladrando, por la vereda.

Habían disfrutado de esa tarde y sobre todo Gilberto que volvió a sentirse como un humano. Ya en la casa la sensación persistía, pero no se trataba solamente de eso, sino que en efecto se estaba transformando de nuevo. En pocos segundos volvió a ser un muchacho, un poco más robusto y parecía más maduro que en la época de su desaparición. Los padres lo observaron atónitos. No sabían que hacer, se limitaban a mirarlo. Luego comenzaron a abrazarlo y besarlo mientras sus hermanas aplaudían felices. Gilberto les contó su rara historia.

Decidieron organizarle una fiesta y la madre le preparó su torta preferida, rellena de dulce de leche y bañada en chocolate.

Sin embargo y a pesar de que pasaron los años, hubo algunos hábitos que Gilberto no perdió: la costumbre de dar vueltas alrededor de la cama antes de irse a dormir y el deseo de lamer un buen hueso con la comida.


2º Premio - XX Concurso Literario Dr. Alberto Manini Ríos (1998) - organizado por la Asociación Escritores del Interior (AEDI-Uruguay)

Ilustrado por: Adela Brouchy