Aquella tarde soleada muy temprano estaban terminando de armar el escenario del tablado de la esquina cuando comenzó a cimbrear. Se sacudía lentamente y un repiqueteo suave acompañaba el movimiento. El repiqueteo fue en aumento hasta que se volvió inconfundible: tamboriles. Y una silueta grande comenzó a bailar sobre el tablado, con su traje de luces y vistosas plumas verdes y azules. Sacudía su cuerpo y sus grandes pechos se bamboleaban de un lado a otro en un vaivén contrario al de sus caderas. Los brazos semiextendidos a los lados y sus pies con paso corto, adelante y atrás completaban el movimiento. Su blanca sonrisa resaltaba sobre la piel oscura. Detrás, emergieron una veintena de morenos con coloridos trajes golpeando las lonjas con palos y manos. Varias mamas viejas a su alrededor con sombrillas y abanicos multicolores danzaban al compás y sus parejas -gramilleros- con largas barbas blancas de algodón, sombrero de copa y bastón se sacudían frenéticos, cortejándolas. Un escobero, vestido con un taparrabos de cuero repleto de espejitos hacía malabarismos increíbles con su larga escobita...
Terminé el vaso de caña de un sorbo y ya me disponía a marchar hacia el escenario de enfrente cuando lo vi. Era un hombre alto, canoso, que vestía un largo sobretodo. Se acercó al tablado, dio un rodeo por entre las filas de sillas y luego de elegir una, se sentó. Observaba atentamente el escenario. Entonces comenzó a reir. Una murga se hallaba ahora sobre el tablado.
-...Un saludo cordiaaal... cantan los asaltantes... y a su paso triunfaaal... de caballero andante...-
Me sentía maravillado por lo que ocurría. Fui hasta el lugar, pero al llegar sólo hallé sillas vacías y mal acomodadas y un escenario de tablas repleto de obreros que iban y venían apurados con herramientas y baldes de pintura.
Volví al boliche. Entré y me acerqué al mostrador.
-¿Vos viste, lo mismo que yo, Pedro? – le pregunté al bolichero y antes que éste pudiera responder, un hombre se acercó a la barra. Vestía traje de malevo, sombrero gacho y un pañuelito atado al cuello.
-¡Dame una agüita fresca!- pidió.
-¡Caaarlitos! -exclamó Pedro- Pero muchacho, ¿qué andás haciendo por acá? -El hombre lo miró y se sonrió. -¿No querés un medio y medio?
-¡No, pibe! Te agradezco pero debo cuidarme el garguero, es lo que me da de comer.
-¡Cantate un tangazo, hermano!. Haceme el gusto -dijo el bolichero.
El otro se acodó al mostrador, se acomodó el sombrero, entornó los ojos y comenzó a cantar "El día que me quieras"
Yo no lo podía creer. Primero el tablado y ahora ésto. No me pude aguantar y me uní al "Mago" en un dueto inolvidable.
-¡Shssst, dejá oir la radio! -me gritaron los de una mesa y prosiguieron jugando al truco. Se oyó la voz del locutor de radio Clarín. El cantor había desaparecido.
Me volví a la mesa que daba a la ventana y me puse a leer el diario. Entre las noticias deportivas estaban los resultados de la Vuelta Ciclista del Uruguay. Iba ganando... ¡Atilio François... y segundo Luis Modesto Soler!. Entonces escuché una melodía conocida que silbaba alguien. Miré por la ventana y vi pasar una caravana de ciclistas que doblaban la esquina. Todos iban montados sobre bicicletas negras, antiguas. Usaban pantaloncitos negros y camisetas blancas con un número grande pegado sobre ellas y un gorrito negro de tiras.
...de la patria/ se regocija en un clamor triunfal/ al desfilar la airosa caravana/ que forman los campeones del pedal... -escuché y la caravana se esfumó a la vuelta de la esquina tan deprisa como había surgido.
Volví a mirar hacia el tablado. Todavía estaba sentado el hombre del sobretodo y junto a él estaba Gardel.
Sobre el escenario un gordito de traje y corbata anunció: "El Loro Collazo y su Troupe Ateniense" y de inmediato una docena de actores comenzaron a bailar y a cantar...
"...la piqueta fatal del progreso..."
Continué leyendo el diario mientras me tomaba otra cañita. “Estalló la guerra” decía un titular en la primera página y mostraba fotos en blanco y negro de ciudades bombardeadas.
-¡Che, otra vez la guerra!- exclamé -¡no puede ser! Y me dediqué a leer lo que comentaban sobre el conflicto armado.
Al rato, un gordito simpático se acercó a la barra.
-¿Cómo te va Quique?- le preguntó Pedro.
-¡Fenómeno!. Ando con ganas de sacar de vuelta "Los Favios", para este carnaval.
-Me voy a ensayar, Pedro-. Dicho esto se tomó la copa de un sorbo y se fue-.
No me dio tiempo a reaccionar.
Un joven de pelo negro engominado, escribía en unas servilletas de papel, sentado solo, en una mesa al fondo del salón. Parecía entusiasmado. Garabateaba ansioso, como si estuviese en un rapto de inspiración. Pasados unos minutos, se levantó, se dirigió al mostrador y le dijo al bolichero:
-Che, Pedro ¿Cómo te suena éste título?: "El cocodrilo". Es sobre un tipo que vende medias de mujer y como no le compran no se le ocurre nada mejor que ponerse a llorar y entonces al verlo así el dueño de la tienda se compadece y le encarga dos docenas de medias...
-Está bueno, Felisberto... seguí que puede salir.
-Al boliche lo van a demoler, lo van a convertir en un banco, o algo así -me dijo el bolichero con tono de resignación en la voz- así que aprovechá hoy, que a lo mejor es la última vez...-
Pedro me dijo que ya no podía pagar los impuestos y ganar lo suficiente para vivir, todo estaba tan difícil y cuando vinieron los gringos a ofrecerle los verdes para comprarle la esquina no pudo negarse.
Yo, resignado, le dije que no importaba porque en el fondo sentía que ya no pertenecía a este mundo. Las casas viejas desaparecían dejando lugar a torres de apartamentos que nunca se poblaban del todo y los antiguos almacenes y bares se convertían en bancos y supermercados.
Pero ¿Qué sería de los fantasmas que deambulaban alrededor del boliche llenando nuestras tardes de jubilados de bellos recuerdos?
De pronto, se me acercó una mujer joven que me resultó levemente conocida. -¿Vamos? –me dijo.
-¿Adónde? –pregunté yo, algo confundido pues no recordaba haber estado esperando a nadie.
-A casa, papá, que nos están esperando.
-Dejá que me despida de Pedro y los demás.
-¡Ay, papá! ¿Otra vez soñando con el boliche? ¿Ya no te acordás que hace como dos años que lo demolieron?
Salimos del banco, subimos al coche y éste arrancó. Nos alejamos y al mirar por el espejo retrovisor pude ver que donde se suponía estaba el viejo boliche se alzaba un nuevo edificio, todo vidrio y metal.
De mi libro: "Eran los Orientales..." (2013)