sábado, 7 de junio de 2025

"Fantasmas a la hora de la siesta"

 

Aquella tarde soleada muy temprano estaban terminando de armar el escenario del tablado de la esquina cuando comenzó a cimbrear. Se sacudía lentamente y un repiqueteo suave acompañaba el movimiento. El repiqueteo fue en aumento hasta que se volvió inconfundible: tamboriles. Y una silueta grande comenzó a bailar sobre el tablado, con su traje de luces y vistosas plumas verdes y azules. Sacudía su cuerpo y sus grandes pechos se bamboleaban de un lado a otro en un vaivén contrario al de sus caderas. Los brazos semiextendidos a los lados y sus pies con paso corto, adelante y atrás completaban el movimiento. Su blanca sonrisa resaltaba sobre la piel oscura. Detrás, emergieron una veintena de morenos con coloridos trajes golpeando las lonjas con palos y manos. Varias mamas viejas a su alrededor con sombrillas y abanicos multicolores danzaban al compás y sus parejas -gramilleros- con largas barbas blancas de algodón, sombrero de copa y bastón se sacudían frenéticos, cortejándolas. Un escobero, vestido con un taparrabos de cuero repleto de espejitos hacía malabarismos increíbles con su larga escobita...

Terminé el vaso de caña de un sorbo y ya me disponía a marchar hacia el escenario de enfrente cuando lo vi. Era un hombre alto, canoso, que vestía un largo sobretodo. Se acercó al tablado, dio un rodeo por entre las filas de sillas y luego de elegir una, se sentó. Observaba atentamente el escenario. Entonces comenzó a reir. Una murga se hallaba ahora sobre el tablado.

-...Un saludo cordiaaal... cantan los asaltantes... y a su paso triunfaaal... de caballero andante...-


Me sentía maravillado por lo que ocurría. Fui hasta el lugar, pero al llegar sólo hallé sillas vacías y mal acomodadas y un escenario de tablas repleto de obreros que iban y venían apurados con herramientas y baldes de pintura.

Volví al boliche. Entré y me acerqué al mostrador.

-¿Vos viste, lo mismo que yo, Pedro? – le pregunté al bolichero y antes que éste pudiera responder, un hombre se acercó a la barra. Vestía traje de malevo, sombrero gacho y un pañuelito atado al cuello.

-¡Dame una agüita fresca!- pidió.

-¡Caaarlitos! -exclamó Pedro- Pero muchacho, ¿qué andás haciendo por acá? -El hombre lo miró y se sonrió. -¿No querés un medio y medio?

-¡No, pibe! Te agradezco pero debo cuidarme el garguero, es lo que me da de comer.

-¡Cantate un tangazo, hermano!. Haceme el gusto -dijo el bolichero.

El otro se acodó al mostrador, se acomodó el sombrero, entornó los ojos y comenzó a cantar "El día que me quieras"

Yo no lo podía creer. Primero el tablado y ahora ésto. No me pude aguantar y me uní al "Mago" en un dueto inolvidable.

-¡Shssst, dejá oir la radio! -me gritaron los de una mesa y prosiguieron jugando al truco. Se oyó la voz del locutor de radio Clarín. El cantor había desaparecido.


Me volví a la mesa que daba a la ventana y me puse a leer el diario. Entre las noticias deportivas estaban los resultados de la Vuelta Ciclista del Uruguay. Iba ganando... ¡Atilio François... y segundo Luis Modesto Soler!. Entonces escuché una melodía conocida que silbaba alguien. Miré por la ventana y vi pasar una caravana de ciclistas que doblaban la esquina. Todos iban montados sobre bicicletas negras, antiguas. Usaban pantaloncitos negros y camisetas blancas con un número grande pegado sobre ellas y un gorrito negro de tiras.

...de la patria/ se regocija en un clamor triunfal/ al desfilar la airosa caravana/ que forman los campeones del pedal... -escuché y la caravana se esfumó a la vuelta de la esquina tan deprisa como había surgido.

Volví a mirar hacia el tablado. Todavía estaba sentado el hombre del sobretodo y junto a él estaba Gardel.

Sobre el escenario un gordito de traje y corbata anunció: "El Loro Collazo y su Troupe Ateniense" y de inmediato una docena de actores comenzaron a bailar y a cantar...

"...la piqueta fatal del progreso..."


Continué leyendo el diario mientras me tomaba otra cañita. “Estalló la guerra” decía un titular en la primera página y mostraba fotos en blanco y negro de ciudades bombardeadas.

-¡Che, otra vez la guerra!- exclamé -¡no puede ser! Y me dediqué a leer lo que comentaban sobre el conflicto armado.

Al rato, un gordito simpático se acercó a la barra.

-¿Cómo te va Quique?- le preguntó Pedro.

-¡Fenómeno!. Ando con ganas de sacar de vuelta "Los Favios", para este carnaval.

-Me voy a ensayar, Pedro-. Dicho esto se tomó la copa de un sorbo y se fue-.

No me dio tiempo a reaccionar.


Un joven de pelo negro engominado, escribía en unas servilletas de papel, sentado solo, en una mesa al fondo del salón. Parecía entusiasmado. Garabateaba ansioso, como si estuviese en un rapto de inspiración. Pasados unos minutos, se levantó, se dirigió al mostrador y le dijo al bolichero:

-Che, Pedro ¿Cómo te suena éste título?: "El cocodrilo". Es sobre un tipo que vende medias de mujer y como no le compran no se le ocurre nada mejor que ponerse a llorar y entonces al verlo así el dueño de la tienda se compadece y le encarga dos docenas de medias...

-Está bueno, Felisberto... seguí que puede salir.


-Al boliche lo van a demoler, lo van a convertir en un banco, o algo así -me dijo el bolichero con tono de resignación en la voz- así que aprovechá hoy, que a lo mejor es la última vez...-

Pedro me dijo que ya no podía pagar los impuestos y ganar lo suficiente para vivir, todo estaba tan difícil y cuando vinieron los gringos a ofrecerle los verdes para comprarle la esquina no pudo negarse.

Yo, resignado, le dije que no importaba porque en el fondo sentía que ya no pertenecía a este mundo. Las casas viejas desaparecían dejando lugar a torres de apartamentos que nunca se poblaban del todo y los antiguos almacenes y bares se convertían en bancos y supermercados.

Pero ¿Qué sería de los fantasmas que deambulaban alrededor del boliche llenando nuestras tardes de jubilados de bellos recuerdos?


De pronto, se me acercó una mujer joven que me resultó levemente conocida. -¿Vamos? –me dijo.

-¿Adónde? –pregunté yo, algo confundido pues no recordaba haber estado esperando a nadie.

-A casa, papá, que nos están esperando.

-Dejá que me despida de Pedro y los demás.

-¡Ay, papá! ¿Otra vez soñando con el boliche? ¿Ya no te acordás que hace como dos años que lo demolieron?

Salimos del banco, subimos al coche y éste arrancó. Nos alejamos y al mirar por el espejo retrovisor pude ver que donde se suponía estaba el viejo boliche se alzaba un nuevo edificio, todo vidrio y metal.


De mi libro: "Eran los Orientales..." (2013)


jueves, 24 de abril de 2025

Un viaje especial

 


Los dos enamorados se sentaron juntos. La noche fue cayendo rápidamente y ellos pudieron contemplar el perfil de la ciudad a su alrededor recortado sobre el horizonte. Sirio -la estrella más brillante- apareció en el firmamento. Orión podía verse con su cinturón de "Las tres Marías". También podían vislumbrarse la Cruz del Sur y el planeta Marte, con su tono rojizo-. La Luna amarillenta asomó por el horizonte y brilló, destacándose de los demás astros. Toda la Vía Láctea podía observarse cruzando el cielo nocturno. Cada vez aparecían más estrellas.

De pronto, todos los astros aceleraron su recorrida y las horas pasaron mostrando su devenir. Pudieron ver entrar y salir las estrellas tras el horizonte. Y las diversas constelaciones, ascendiendo hasta el cenit y desapareciendo mientras otras iban apareciendo por el otro extremo. Todo el horóscopo desfiló ante sus ojos curiosos. Aries, Tauro, Géminis... Libra, Escorpio -con su cola ganchuda, Sagitario -el centauro- y así, los demás signos zodiacales que podían verse desde allí. Pero también, pudieron contemplar los cielos del Norte, porque todo era posible en ese viaje por el espacio y el tiempo. Invierno, verano, otoño, primavera...

El conferencista iba señalando con su puntero luminoso cada astro importante y explicando los detalles de las constelaciones. Los cuchicheos de las personas que allí se encontraban, se escuchaban apagados. Ellos pudieron ver las estrellas tal como sus antepasados y también lo que verán nuestros descendientes, siguiendo los movimientos de cada galaxia y cuerpo celeste. Algunas exclamaciones se dejaban oír -intermitentes- ante tales visiones.

Iban en un viaje único, que podían hacer todos los concurrentes desde sus sillas reclinables, gracias al instrumento que se hallaba en medio de la sala circular abovedada. Ese instrumento se llamaba: "Planetario" y era la nueva adquisición hecha por la ciudad de Montevideo, a instancias del Intendente (*) de ese entonces que era un hombre enamorado de la Astronomía y que quería tener ese adelanto tecnológico para toda su comunidad, cada vez más ilustrada.

El Planetario, era un enorme aparato de última generación, de forma cilíndrica, negro y con sus extremos cerrados con sendas semiesferas con múltiples perforaciones por las cuales la luz se proyectaba sobre la "bóveda celeste" representando cada astro, e imitaba al cielo real de una noche cualquiera. El aparato, sostenido por varios cables de acero desde el techo, estaba apoyado en patas finas del mismo metal y emitía un leve zumbido al ir girando lo que lo hacía parecerse a un gran insecto.

Cuando la conferencia terminó se encendieron las luces que hicieron apreciar otra vez la oscura silueta de Montevideo -la cual aparecía situada alrededor de la parte superior de la pared- que quedaba recortada por la suave iluminación de la sala que brillaba por detrás. También se veía que la bóveda estaba dividida en cuadrantes.

Los cortinados se descorrieron y asomó la puerta doble de madera.

Los jóvenes enamorados salieron tomados de la mano junto al resto de los asistentes a la función. Todos iban comentando fascinados por el espectáculo, en especial los niños.

Afuera, el sol todavía brillaba alto y deslumbraba un poco, hasta que los ojos se acostumbraban a la luminosidad real. Un viento primaveral los envolvió y pudieron escuchar los trinos de los pájaros que habitaban los grandes árboles que rodeaban el edificio, mezclados con los gritos de los monos, el barritar del elefante y otros sonidos de los animales del zoológico, que se encontraba en el mismo predio.

Más lejos, los escapes de los automóviles que surcaban la avenida completaban el paisaje sonoro de la ciudad.

Habían asistido a una noche mágica que no olvidarían fácilmente. Volverían en más de una oportunidad.


(*) Ese Intendente fue Germán Barbato, ingeniero agrimensor y aficionado a la Astronomía.



sábado, 8 de febrero de 2025

La bruja

 


Hace unos años, comencé con un sarpullido que me picaba mucho en la espalda. Fui a ver al doctor que me recetó una pomada y me dijo que era Herpes. El herpes o culebrilla es una reacción por la baja de las defensas generalmente debido al estrés. Como lo que me dio el médico no parecía hacerme nada, empecé a preocuparme. La culebrilla iba creciendo y extendiéndose por mi espalda y dando la vuelta hacia el pecho. Cada vez me picaba y dolía más. Las pústulas eran duras y supuraban un líquido desagradable.

Cuando lo comenté con las vecinas en el almacén, una de ellas me dijo:

-¡Ay, tiene que tener cuidado que la cola no se junte con la cabeza! ¡Si no es peligrosísimo!

Y entonces yo me asusté.

-¿Por qué no va a ver a Doña Rosa? -me sugirió la otra. Con lo que salí del almacén más nerviosa.


Doña Rosa vivía en una casa humilde de nuestro barrio. Tenía más de sesenta años y era muy canosa. Por lo que sé, hacía más de treinta años que vivía de lo que ganaba haciendo "trabajos" y sanaciones.

Una vecina comentaba que encendía velas rojas y que invocaba a Satanás para algunos trabajos. Y por eso, algunos niños del barrio le temían porque decían que era una bruja que hacía hechizos y no querían acercarse a su casa. Una vez -aseguraban- había hechizado a un niño y él ya no quería comer.

Yo no la conocía pues ella no salía mucho a la calle. Y no sabía bien si creer a los que hablaban mal de ella. Además, tenía temor de esos procedimientos que parecían propios de supersticiosos y de que la mujer fuera una persona peligrosa pero como estaba tan cerca me hice de valor, ya que el dolor me resultaba insoportable y fui a su casa de tarde temprano.

La casita aunque modesta era bonita, con una ventana que daba a la calle y había un par de macetones con malvones sobre el murito. Toqué timbre y aguardé un par de minutos. Se asomó una muchacha joven que me preguntó qué deseaba. Le expliqué y entonces me hizo pasar. Luego se fue para llamar a su madre.

Dentro, todo era muy prolijo, por lo menos el living, de paredes claras, donde había una mesita ratona en el centro y dos sillones algo antiguos tapizados con flores rojas y azules; y algunos viejos cuadros de paisajes colgados en las paredes. No se veían referencias al diablo ni símbolos extraños.

Entonces apareció una anciana.

-¿Qué le anda pasando, señora? - dijo. Ella tenía una mirada penetrante, sin embargo, su voz era agradable.

Dudando un poco si habría hecho bien, le conté lo que me sucedía. Ella me tranquilizó y me ofreció tomar un té. Después me pidió que me quitara la ropa y le mostrara.

-¡Ay, m'hija, debe estar desesperada! No se preocupe. Vamos a tratarla y se va a curar. En tres días se le va a ir.

Yo pensé que no sería tan rápido pues cada vez era más fuerte el dolor y más larga la reacción.

-¿Usted es creyente? -empezó diciendo y me miró con ojos inquisitivos.

-Sí.

Sacó una estampita de la Virgen María y me la dio para que la tuviera en la mano. Luego tomó un crucifijo que parecía de plata y persignándose comenzó a pasármelo por toda la espalda donde yo tenía el sarpullido. Iba diciendo en voz baja oraciones; le escuché mencionar a la Virgen y a Jesús varias veces.

Luego me dijo que me vistiera y agregó:

-Vaya a la yuyería de acá a la vuelta y pida que le den Yerba Carnicera. La hierve en un litro de agua y cuando esté fría moja un algodón en el agua y se lo pasa con cuidado por toda la culebrilla. Pídale a su esposo para que se lo pase donde usted no alcance. Hágalo tres veces por día: mañana, tarde y noche.

Le pregunté cuánto le debía y me dijo que le diera lo que yo quisiera que ella no cobraba.

Me despedí. No sé si fue sugestión pero esa noche dormí mejor, parecía que la picazón había amainado. Por supuesto, hice lo que me mandó.

Al tercer día la culebrilla se había secado. Ya prácticamente no me dolía ni picaba y los granos ya no supuraban.


Un par de años más tarde, cuando mi hijo pequeño sufrió de empacho volví a lo de Doña Rosa. Ella me escuchó con atención lo que le conté. Me respondió que la aguardara un momento, que me acompañaría.

Cruzamos lentamente la calle hasta casa. Mi marido no estaba y mi hijo pequeño se encontraba en la cama, su hermana mayor lo estaba cuidando mientras yo iba a buscar a la señora.

Entramos. Ni bien Doña Rosa le vio la cara, me dijo:

-Sí, me parece que su hijo está empachado. -Sacó de su cartera una cinta métrica y me aclaró -Vamos a medirlo para ver que tan grande es el empacho.

Me dijo que sentara al niño en la cama. Luego procedió a poner la cinta sobre el estómago de mi hijo y me mandó a que se la sostuviera tratando de que él no se moviera. Mientras ella caminaba hacia atrás con mucho cuidado, iba estirando la cinta hasta que ésta quedó tirante y entonces apoyando su codo sobre la punta que sostenía comenzó a "medir" desde el codo hasta la punta de sus dedos mientras se acercaba al vientre del niño. con cada “codo” que medía y ahí apoyó el extremo de la cinta haciendo que yo dejara caer lo que sobraba para verificar la distancia. Midió 3 codos. Por tres veces repitió la operación. Las puntas de sus dedos –algo temblorosos- tocaron la barriga de mi hijo. Entonces pidió silencio, se persignó tres veces y volvió a "medir los 3 codos" y esta vez las puntas de los dedos de ella no llegaron al estómago del niño sino a su frente. No sé cómo pudo ser pero así fue.

-¡Uy! -exclamó ¡Flor de empacho tiene este niño! Vamos a tener que sacárselo. Le voy a tirar el cuerito.

Mi hijo la miraba con ojos asustados. Yo lo tranquilicé hablándole y diciéndole que esa señora lo iba a curar.

Ella me pidió que lo acostara boca abajo y que le subiera el busito para que quedara la espalda desnuda.

Luego, se acercó a él y le dijo:

-Quietito -y agarrándole la piel de la espalda, más o menos al medio, sobre la columna con dos nudillos tiró con fuerza. La piel estaba como pegada a la columna y luego de un par de tirones crujió y se separó un poco.

Mi hijo comenzó a llorar porque le dolió.

-Bueno, ahora abríguelo y déle poco de comer -me recomendó- Y dándose vuelta lo saludó a mi hijo y se despidió de él. -Mañana tengo que volver para ver si ya se le bajó el empacho. No se preocupe que se va a aliviar.

Yo la acompañé a la puerta y la despedí.

Mi hijo se sentía mal y no le gustó todo eso pero debía conformarse.


Al otro día, de tarde, más o menos a la misma hora Doña Rosa volvió. Tocó el timbre y fui a abrirle. Mi hijo estaba asustado y no quería que ella lo midiera porque sabía que le iba a doler otra vez cuando lo tocara. Al final, luego de sujetarlo entre mi hija y yo lo pudimos dejar quieto.

Ella al igual que el día anterior volvió a "medir" los codos y repitió el procedimiento. Tiró del cuerito y se fue. Al parecer mi hijo ya estaba algo mejor.


Al tercer día, cuando volvió ella y comenzó otra vez la operación sucedió algo extraordinario, luego de las 3 medidas y las persignaciones midió nuevamente y las puntas de los dedos tocaron el estómago del niño.

-¡Bueno, ya no tiene empacho! -aseguró-.

Yo respiré aliviada. Esa vez tampoco me quiso cobrar, así que le di lo que me pareció adecuado. Por lo menos, había hecho lo que los médicos no hacían.

Esas fueron algunas de las veces que Doña Rosa nos trató. Sé, por algunas vecinas que ella también logró "unir" nuevamente a parejas que estaban distanciadas. En un caso parece que hizo que la amante de un vecino se fuera del país y no volviera más.


Doña Rosa falleció cuando ya era muy vieja según supe. En el barrio casi todos la apreciaban porque iban con ella cada vez que la necesitaban.

Murió como vivió, humildemente. Su hija heredó sus dotes y al igual que ella continuó su legado. Empacho, Mal de Ojo, Culebrilla, problemas de pareja...