Los dos enamorados se sentaron juntos. La noche fue cayendo rápidamente y ellos pudieron contemplar el perfil de la ciudad a su alrededor recortado sobre el horizonte. Sirio -la estrella más brillante- apareció en el firmamento. Orión podía verse con su cinturón de "Las tres Marías". También podían vislumbrarse la Cruz del Sur y el planeta Marte, con su tono rojizo-. La Luna amarillenta asomó por el horizonte y brilló, destacándose de los demás astros. Toda la Vía Láctea podía observarse cruzando el cielo nocturno. Cada vez aparecían más estrellas.
De pronto, todos los astros aceleraron su recorrida y las horas pasaron mostrando su devenir. Pudieron ver entrar y salir las estrellas tras el horizonte. Y las diversas constelaciones, ascendiendo hasta el cenit y desapareciendo mientras otras iban apareciendo por el otro extremo. Todo el horóscopo desfiló ante sus ojos curiosos. Aries, Tauro, Géminis... Libra, Escorpio -con su cola ganchuda, Sagitario -el centauro- y así, los demás signos zodiacales que podían verse desde allí. Pero también, pudieron contemplar los cielos del Norte, porque todo era posible en ese viaje por el espacio y el tiempo. Invierno, verano, otoño, primavera...
El conferencista iba señalando con su puntero luminoso cada astro importante y explicando los detalles de las constelaciones. Los cuchicheos de las personas que allí se encontraban, se escuchaban apagados. Ellos pudieron ver las estrellas tal como sus antepasados y también lo que verán nuestros descendientes, siguiendo los movimientos de cada galaxia y cuerpo celeste. Algunas exclamaciones se dejaban oír -intermitentes- ante tales visiones.
Iban en un viaje único, que podían hacer todos los concurrentes desde sus sillas reclinables, gracias al instrumento que se hallaba en medio de la sala circular abovedada. Ese instrumento se llamaba: "Planetario" y era la nueva adquisición hecha por la ciudad de Montevideo, a instancias del Intendente (*) de ese entonces que era un hombre enamorado de la Astronomía y que quería tener ese adelanto tecnológico para toda su comunidad, cada vez más ilustrada.
El Planetario, era un enorme aparato de última generación, de forma cilíndrica, negro y con sus extremos cerrados con sendas semiesferas con múltiples perforaciones por las cuales la luz se proyectaba sobre la "bóveda celeste" representando cada astro, e imitaba al cielo real de una noche cualquiera. El aparato, sostenido por varios cables de acero desde el techo, estaba apoyado en patas finas del mismo metal y emitía un leve zumbido al ir girando lo que lo hacía parecerse a un gran insecto.
Cuando la conferencia terminó se encendieron las luces que hicieron apreciar otra vez la oscura silueta de Montevideo -la cual aparecía situada alrededor de la parte superior de la pared- que quedaba recortada por la suave iluminación de la sala que brillaba por detrás. También se veía que la bóveda estaba dividida en cuadrantes.
Los cortinados se descorrieron y asomó la puerta doble de madera.
Los jóvenes enamorados salieron tomados de la mano junto al resto de los asistentes a la función. Todos iban comentando fascinados por el espectáculo, en especial los niños.
Afuera, el sol todavía brillaba alto y deslumbraba un poco, hasta que los ojos se acostumbraban a la luminosidad real. Un viento primaveral los envolvió y pudieron escuchar los trinos de los pájaros que habitaban los grandes árboles que rodeaban el edificio, mezclados con los gritos de los monos, el barritar del elefante y otros sonidos de los animales del zoológico, que se encontraba en el mismo predio.
Más lejos, los escapes de los automóviles que surcaban la avenida completaban el paisaje sonoro de la ciudad.
Habían asistido a una noche mágica que no olvidarían fácilmente. Volverían en más de una oportunidad.
(*) Ese Intendente fue Germán Barbato, ingeniero agrimensor y aficionado a la Astronomía.