Los cuatro muchachos estaban dentro de la casa. Afuera llovía. Carlos, el mayor tenía una pelota y los otros hermanos: Julio, José y Raúl estaban aburridos.
-¡Ufa, no podemos hacer nada! -se quejó José.
En el living de la casa, de piso de madera, amplio y de techos altos había un par de muebles. Dos sillones de tapizado floreado y una mesa ratona en el centro. Y un gran jarrón de porcelana decorado con flores coloridas sobre una mesa alta.
Entonces Julio le robó la pelota de cuero a su hermano y se puso a hacer malabares con ella, como José Nazassi. Carlos se la robó a su vez y enseguida los otros dos se sumaron al juego. Se formaron dos bandos. Uno de ellos hacía que relataba:
-...y Andrade le roba la pelota a Nasazzi y se acerca al arco y patea... y goool, golazo.
-Scarone saca la pelota y se la pasa a Petrone pero Nasazzi lo intercepta, Mazali está en el arco cuidando para que no convierta pero es inútil, la pelota da en el ángulo y convierte el gol...
En sus rostros había alegría y querían parecerse a los Olímpicos o a los uruguayos campeones del mundial que se realizó en el estadio Centenario.
Así siguieron varios minutos. Los arcos eran las puertas de la habitación. Y de repente, Raúl patea la pelota y... se estrella contra el jarrón; éste se tambalea, cae al suelo y se hace pedazos. Todos se asustan.
-¡Qué has hecho Raúl! -gritó con voz de alarmada Julio.
-¡Le rompimos el jarrón a mamá, si se entera nos mata! -acotó Carlos.
José se agarraba la cabeza. -¡Ahora sí que la hicimos buena...!
-No se preocupen -dijo Julio- Se lo arreglaremos.
-¿Cómo? - dijeron los otros.
Julio fue recogiendo los pedazos; los demás lo ayudaron y entre todos fueron armando el jarrón como un rompecabezas de manera que cada pedazo fuera quedando en su lugar. Pronto quedó armado. No se notaban nada las rajaduras.
-¡Vámonos -apuró Carlos -antes que mamá venga y nos encuentre!,
Y se fueron despacito para su cuarto. La pelota la guardaron en el ropero y se sentaron en las camas a charlar.
-¡Menos mal que se te ocurrió armarlo!- le dijo Raúl.
-Sí, pero tú lo rompiste -le aclaró Carlos.
-Bueno, pero yo no lo hice a propósito... además todos estábamos jugando ¿no?
-Si, la verdad que todos estuvimos mal -opinó Julio. Los demás asintieron.
En eso, la madre salió de la cocina y entró al living. Una de las maderas del piso crujió pues estaba algo floja. Le diría a su marido que debía ajustarla. Y de repente, cuando se acercaba a la mesa, el jarrón se desparramó en pedazos. La mujer pegó un grito horrorizada.
-¡Ay, Dios mío! -clamó -¡Dios mío, qué horrible...! -Salió corriendo a donde su marido. -¡Francisco... Francisco...! ¿Dios mío, no sabes lo que pasó?
En eso apareció su marido que estaba con un martillo en la mano. Era un hombre adusto, algo canoso y con un amplio mostacho que la miró sin entender.
-¿Qué pasa, mujer? ¿A qué viene tanto alboroto?
-¡Francisco... es horrible, algo malo va a pasar... algo terrible se avecina!
-¿Pero qué pasa? -volvió a preguntar, sin entender, su marido - ¡Tranquilízate, mujer!
-¿Cómo me voy a tranquilizar si se rompió el jarrón de abuelita?
-Bueno, es cierto que era una pieza antigua pero no es para tanto; si se te rompió ¡qué le vas a hacer!
-¡No entiendes, Francisco... es que se rompió solo! ¡Esto es un aviso de Dios o es obra del demonio!
-¿Cómo qué se rompió solo? -el desconcierto iba en aumento.
-¡Sí, se rompió solo! ¡Yo entré al living y de repente se desmoronó todo como si fuera obra del demonio!
El hombre empezó a dudar de si su mujer estaría en sus cabales o habría otra razón.
-Dorita, querida, las cosas no se rompen solas -trató de calmarla y razonar. -Alguna explicación ha de haber...
-¡No me crees! -cambió el tono de voz, algo ofendida. -¡Si te digo que se rompió solo es porque se rompió solo! ¡Es un anuncio de desgracia! -Y se fue agarrándose la cabeza y gimiendo.
Los muchachos en el dormitorio, seguían charlando bajito y muy quietos. Escucharon parte de lo que hablaban los padres y se estaban poniendo nerviosos.
El hombre fue al living, vio el jarrón desparramado sobre la mesa en pedazos y se fue rumbo al dormitorio de sus hijos. Entró despacio y los miró uno por uno.
-¿Qué están haciendo? -preguntó con tono serio.
-Nada, papá -dijo Carlos- y los demás asintieron. -Estábamos hablando de los estudios.
-Su madre está muy nerviosa y asustada -dijo como al pasar -porque se rompió el jarrón antiguo que tanto quería.
Todos lo miraron sin decir palabra.
-¿Ustedes no saben nada al respecto?
-¡No! -aseguraron todos y se miraron entre si-.
-Bueno, ¡qué yo no me entere que lo rompieron ustedes! -acotó ya amenazante. Y se fue.
Los cuatro hermanos, nerviosos, empezaron a pensar qué podían hacer. Si se descubrían se la iban a ligar, pero si no lo hacían la madre seguiría asustada y ellos no querían eso. Ella era muy supersticiosa.
La madre continuaba persignándose y rezando ante la estatuilla del santo que tenía frente a la cama pidiendo que nada malo les ocurriera a ella o a su familia.
-Vamos a tener que decirle a mamá lo que pasó -empezó Carlos -si no va a ser peor-.
-Si le decimos, papá seguro nos va a castigar... -aseguró José. -¡Se nos viene una...!
Pasadas un par de horas en que la mujer seguía en un estado deplorable, los cuatro se acercaron. Carlos -el mayor- fue el que le confesó:
-Mamá, al jarrón lo rompimos nosotros. Sé que actuamos mal pero nos pusimos a jugar a la pelota y sin querer le pegamos... -Bajó la cabeza -Después lo armamos como pudimos. No queríamos asustarla.
-No sabíamos que se caería solo -agregó el menor.
La madre al principio no les creyó pero el padre que estaba escuchando tras la puerta, sí y les dijo:
-¿Se dan cuenta el mal rato que le han hecho pasar a su madre? - y luego continuó -¿viste Dorita que no era nada sobrenatural?
Ella al ver los rostros compungidos de sus hijos se dio cuenta que así había sido. Se persignó apesadumbrada y se volvió a la cocina.
-Bueno... -continuó el padre quitándose el cinto -y ¿de quién fue la idea de jugar a la pelota adentro de la casa?
Un rato después, los cuatro muchachos estaban tirados boca abajo en sus camas, en penitencia y con un ardor en las nalgas que no se les iría por un buen rato.
La madre enojada no los perdonó enseguida pero al final los perdonó. Al menos podía respirar aliviada porque no se avecinaba ninguna desgracia.