I
El
amplio salón del hotel se fue llenando de gente. La enorme araña
con caireles de plástico iluminaba el lugar. Las paredes eran de
color rosa y las columnas decoradas en dorado. Había cuadros con
gruesos marcos mostrando los retratos de ilustres visitantes. El
murmullo de la gente se expandía por el recinto. La orquesta de
cámara ejecutaba antiguas melodías entreteniendo a los presentes.
La gran mesa que dominaba el salón -con su mantel de hule bordado-
esperaba para ser servida.
El
camarógrafo debería estar en su lugar para cuando Jazmine
apareciera y seguir cada uno de sus movimientos. Dos hombres con
trajes bordados se colocaron a ambos lados de la escalinata e
hicieron sonar las trompetas y un tercer hombre anunció en voz alta
el nombre de la agasajada.
Jazmine
apareció en lo alto de la escalera, al pie de la cual una larga
alfombra roja le señalaba el camino por el que llegaría al vasto
salón de fiestas, donde quinientos ávidos invitados la esperaban.
Ella estaba radiante. Tenía un vestido negro que llegaba hasta el
suelo y resaltaba la blancura de su cuerpo. Dos aretes dorados
pendían de sus orejas y una gargantilla del mismo color completaban
su indumentaria. llevaba largos bucles que le caían a ambos lados de
la cabeza y los labios pintados de color rojo sangre. Todos los
presentes estaban de acuerdo que se encontraba realmente hermosa.
Descendió
la escalera al ritmo de la música del "Danubio azul" con
la cabeza en alto -demostrando su antiguo linaje- y caminó con paso
ligero, observando a unos y a otros que la miraban maravillados.
Llegó al salón y de un salto se sentó en el asiento que le tenían
reservado en la cabecera de la mesa.
Se
dio la orden de comenzar. Inmediatamente una docena de mozos
aparecieron con sus bandejas repletas de manjares -fríos y
calientes- y comenzaron a servirlos. Los invitados -ansiosos por
comer- se abalanzaron a la mesa y en pocos minutos arrasaron con la
comida.
Todo
eso para festejar el cumpleaños de Jazmine, la perrita Caniche más
hermosa de la región.
II
Peter
no era el perro más mimado del mundo. Luis -su dueño- lo había
encontrado en la calle un día de lluvia, revolviendo la basura.
Apenas tenía unos meses de nacido. Lo recogió porque le dio lástima
verlo allí todo mojado. Era un pequeño ejemplar de Cocker negro.
Se lo
llevó a la casa. Lo bañó y le dio de comer. Luis vivía solo en un
apartamento en un décimo piso. Se había divorciado y se sentía
solo. Necesitaba una compañía.
Peter
-a su vez- se sentía muy contento de tener a alguien que lo cuidara,
y enseguida se adaptó al nuevo hogar.
En
realidad fue Luis quien lo bautizó con nombre inglés ya que no
sabía cómo llamarlo. El perro al principio no comprendía pero con
el tiempo se acostumbró al sonido que su dueño usaba con él y
respondía en cuanto lo llamaba.
Luis
trabajaba en una oficina y estaba poco en casa excepto los fines de
semana. Era entonces cuando aprovechaban para salir a pasear. El
resto de la semana, el perro quedaba solo en el apartamento. Era muy
inteligente y habilidoso. Por eso no le fue difícil acostumbrarse a
escuchar la voz de su dueño en el contestador. Cuando oía la voz de
Luis, salía corriendo al teléfono y con su pata delantera oprimía
el botón del aparato y le ladraba. Así Luis podía saber si el
animal se encontraba bien. Todas las tardes Luis lo llamaba por
teléfono para saber cómo estaba y ambos se sentían más
acompañados.
Un
día Luis decidió comprarle uno de esos gimnasios especiales para
perros que vendían en las tiendas de mascotas. Como el apartamento
era chico y él no estaba mucho, el perro permanecía encerrado todo
el día y no tenía donde correr a gusto. Muchas veces cuando Luis
llegaba al hogar de noche, encontraba que Peter le había mordido los
sillones y todo el relleno estaba esparcido por el suelo o que le
había quebrado algún adorno de porcelana. Con el gimnasio -en
cambio- podría hacer ejercicio y entretenerse sin que le destrozara
nada. El veterinario le había dicho que eran muy buenos, así que
Luis se decidió y se lo trajo de regalo para su cumpleaños -o más
bien para el aniversario de su encuentro- ya que ignoraba la
verdadera fecha de nacimiento del can.
Peter
al principio no sabía que era todo ese armatoste que su dueño le
había traído pero muy pronto cuando Luis con algo de paciencia y
mucho trabajo pudo armarlo y ponerlo a funcionar, se entusiasmó y se
subió de un salto a él.
Podía
ser encendido fácilmente al oprimir el botón que se encontraba en
la parte de abajo a un costado, como para que hasta el propio perro
pudiera hacerlo funcionar sin dificultad, cuando deseara dar un
paseo.
El
artefacto constaba de varias partes:
Tenía
una cinta sin fin para caminar, un lanzapelotas para que jugara, un
árbol artificial con tierra para hacer sus necesidades, las que se
volcaban en la parte inferior -donde un procesador químico se
encargaba de descomponer. Enfrente a la cinta había una pantalla de
Tv donde aparecían diversos paisajes: campo agreste, bosque, playa y
ciudad. También poseía ducha y secador de pelo automático. Incluía
además, un hueso de goma de regalo.
Peter
se subía solo al gimnasio y con su pata oprimía el botón de
arranque. Luego, cuando lo deseaba volvía a oprimir alguno de los
otros botones que le permitían entre otras cosas cambiar el paisaje
que se proyectaba en la pantalla. Cuando tenía ganas de enterrar un
hueso podía hacerlo bajo el árbol artificial. Se entretenía
bastante jugando solo, por las tardes, hasta que se cansaba y se
echaba a dormir. Y ya no le rompía cosas en el apartamento a su
dueño.
Pero
Peter, como todo animal sentía el llamado de la naturaleza. Luis no
quería llena el apartamento de animales y además no conocía quien
pudiese oficiar de novia para su mascota. Ni siquiera conocía a
muchos de sus vecinos, ya que pasaba la mayor parte del tiempo
trabajando. Así que cuando llegó el verano y quiso irse de
vacaciones debió buscar quien lo cuidara.
Recordó
la tarjeta que el veterinario le había dado la última vez que llevó
a Peter a revisar. Era de uno de esos hoteles para mascotas en donde
brindaban diversos servicios.
Lo
llevó allí. Peter creyó que sería abandonado nuevamente. Luis
trató de hacerle entender de lo que se trataba. Tendría piscina
para nadar y refrescarse, servicio de paticura, brushing y demás
accesorios de belleza. Tendría un dormitorio con cama especial
superpullman y comidas con más de doscientos platos diferentes a su
elección. Y además... una decena de perras para elegir, finas y
bellas, todas en celo -este servicio se pagaba aparte, por supuesto-.
Luis
se fue contento luego de dejarlo allí, pensando que su perro se
divertiría mientras él se dedicaba a descansar lejos y a conquistar
algunas mujeres.
III
Jazmine
era uno de los cuatro perros que tenían en la casa y había sido
criada con los mayores cuidados. Alimentación balanceada,
guardarropa especial para su protección en los días de lluvia o
fríos. A cambio se le pedía compañía y que le diera una buena
descendencia para vender. Debería cruzarse con perros de su propia
raza conseguidos por la dueña a tales fines.
Un
día, su dueña la encontró en actitud comprometedora junto a uno de
los machos de Boxer que ella tenía. Puso el grito en el cielo, no
podía permitir una cruza de esa naturaleza. "Las razas debían
conservarse puras o todo se volvería un caos. Sus descendientes
podrían ser confundidos con esos animales que cría la gente común
o los bichicomes"
Inmediatamente
ambos perros fueron separados y a Jazmine la encerraron de manera que
no pudiera volver a acercarse a los demás perros de la casa, para no
correr riesgos nunca más.
Pero
Jazmine no obedecía a los requerimientos de su dueña. Ésta le
había conseguido varios candidatos de la mayor pureza y ya tenía
reservadas todas las crías a gente de su círculo social. Uno a uno
Jazmine los rechazaba. Y su dueña se enfurecía. La perra era la
única a quien no lograba cruzar y le hacía perder muchos dólares.
IV
Peter
comió abundantemente y recibió gustoso todos los servicios
prestados pero seguía extrañando a su dueño.
Una
hermosa perra Foster fue la elegida por él. Se la instalaron en una
suite con música romántica, decorada en tonos de rosa, adecuados
para la ocasión.
Estuvieron
corto rato en compañía, ya que Peter se dio cuenta que la perra con
quien estaba no era otra cosa que un robot que despedía feromonas
para excitar al can de turno. Estaba programada para realizar las
destrezas del cortejo y la cópula y dejar satisfecho al cliente. Lo
descubrió cuando por alguna falla mecánica la perra comenzó a
despedir humo hasta quedar absolutamente chamuscada e inmóvil. Peter
recibió varias descargas eléctricas que lo dejaron nervioso y
asustado y más triste que antes añorando la vuelta a casa. Dejó de
comer por las noches aullaba, despertando a los demás perros que se
ponían a contestarle provocando un gran escándalo en el hotel y
despertando a los vecinos de la zona.
Por
fin llegó Luis, más bronceado que antes y contento de las
vacaciones. Peter al verlo se le tiró encima haciéndole fiestas y
ladrándole enloquecido.
El
dueño del hotel le contó lo sucedido y Luis se sintió culpable por
haberlo dejado. Se fueron juntos cuando el perro se calmó.
V
Jazmine
continuaba jugueteando a su libre antojo y rechazando las órdenes
que su dueña le daba. Ésta comenzó a impacientarse.
Estaba
cansada de su mascota, hacía tres años que a tenía. Había visto
otra hermosa ejemplar la última vez que pasó por el shopping y le
pareció mucho más "fina", haría juego con su estilo de
vida actual. Ya había cambiado de casa, de auto y hasta de marido,
¿por qué no iba a cambiar también de mascota? Así que decidió
dejarla en la calle.
Ante
la sorpresa del animal, Jazmine fue echada de su habitación -de
improviso- por el mayordomo y le fueron quitadas todas sus joyas y su
ropa cara. El hombre no animándose a tirarla a la calle, la dejó en
el jardín, cerca de la puerta de servicio. Al mayordomo le daba
lástima echarla de esa manera. ¿Adónde iría a parar una perra de
su categoría y no acostumbrada a la dura vida de la ciudad?
Últimamente
se veían por el barrio muchos perros de distintas razas -pasados de
moda- que deambulaban revolviendo los tachos de basura para comer. Se
los veía tristes, sucios y debían dormir en cualquier lado. Al no
estar acostumbrados a esa vida sufrían mucho y algunos ni siquiera
sabían valerse por sí mismos.
El
mayordomo le daba comida a Jazmine a escondidas de la dueña -en el
fondo de la casa- tras la cocina.
Por
varios días el sistema funcionó aunque la perra se sentía
extrañada por el repentino cambio de vida. Y varias veces intentó
volver a entrar a la casa. Hasta que una tarde la dueña la vio.
-¿No
le dije que no quería volver a ver a esta perra en la casa? -le
reprendió la mujer enojada. -¿Por qué no la echó como el dije?
-Es
que me da lástima, pobrecita...
-¡Nada
de lástima, saque de una vez a ese animal o lo haré yo misma!
-Sí,
señora -contestó el mayordomo con tono resignado.
La
perra dio contra la acera y se puso a rasguñar el portón de madera
durante un buen rato. La idea era dejarla allí y más tarde cuando
no lo vieran hacerla entrar o esconderla en las habitaciones de
servicio. Pero Jazmine se sentía morir. Comenzó a caminar por la
cuadra para consolarse y se alejó del lugar.
VI
Durante
el regreso a casa, Peter iba enloquecido con su dueño. Hasta que se
encontró con una hembra. Ella andaba por la vereda de enfrente y al
ver al perro se le acercó haciéndole fiestas. Peter recordó a la
perra mecánica con quien había sufrido el accidente y temiendo que
otra vez le sucediera algo similar intentó huir. Luis quería
retenerlo con la correa pero no podía, el perro lo arrastraba. La
perra lo perseguía. Peter comenzó a dar vueltas alrededor del
hombre enredándole las piernas con la correa y tirando de ella
asustado para escapar. Ella continuaba tratando de darle alcance,
hasta que Luis se desparramó por el suelo con ambos perros ladrando
y saltando por encima de él sin poder controlar a ninguno y creando
un tremendo alboroto. Inmediatamente una señora cruzó la calle
llamando a la perra -quien al fin obedeciéndole se fue con ella.
Cuando
Luis se desenredó y se puso de pie Peter estaba acurrucado temblando
contra la pared. Lo levantó con ambas manos, lo cargó y se lo llevó
de allí.
Decidió
llevar al perro al veterinario. Le explicó lo ocurrido y éste le
dio la tarjeta de un profesional que se ocupaba de estos casos y
podría atenderlo.
No
muy convencido de que sirviera lo llevó a la dirección donde
indicaba la tarjeta. Era un doctor especializado en psicología
canina.
El
doctor le pidió a Luis que esperara afuera. Hizo sentar al perro en
un sofá muy mullido y comenzó a mostrarle una serie de imágenes en
una pequeña pantalla. Quería determinar sus reacciones. Anotaba en
una libretita todo lo que el perro hacía. Primero le mostró escenas
de paisajes y el perro no demostraba temor. Luego le mostró comida
–acompañada del olor correspondiente- Peter se relamió. Cuando el
doctor le puso delante de sus ojos la imagen de una perra y el aroma
a feromonas fue olfateado por el can, este tuvo varias reacciones.
Primero saltó del sofá acercándose a la pantalla e inmediatamente
volvió a su lugar y se acurrucó a los pies del hombre. Se puso a
aullar mirando al doctor con ojos suplicantes como pidiéndole que no
lo volviera a engañar.
El
doctor diagnosticó: neurosis sexual.
Hizo
pasar a Luis.
-Lo
que necesita este animal es una hembra de verdad. Ha sufrido una
experiencia traumática.
Luis
le contó lo ocurrido en el hotel y en la calle. El doctor lo miró
por sobre los lentes y le dijo:
-¡Muy
mal, mi amigo! Este perro ha sufrido mucho. Cuando usted lo dejó en
el hotel, seguramente él revivió el trauma de su primer abandono lo
que le ocasionó una ansiedad muy grande. Para colmo el accidente que
le produjo la descarga eléctrica vino a complicar aún más las
cosas. Necesita cariño y un ambiente tranquilo. Hay que acercarlo
progresivamente a sus congéneres para que pierda el miedo. Le va a
llevar un tiempo, hasta poder descondicionarlo por completo.
A
Peter lo recostaron en un diván, el doctor le conectó diversos
sensores eléctricos en las patas y en varias partes del cuerpo para
medirle las reacciones mientras le ponía una música relajante y le
hablaba despacio para tranquilizarlo. Al mismo tiempo proyectaba
imágenes de paisajes y perros realizando distintas proezas. Cuando
el perro se ponía nervioso los sensores emitían un sonido y a veces
Peter ladraba o aullaba. Inmediatamente el doctor le suministraba una
dosis de tranquilizante.
Este
proceso llevó varias sesiones, hasta que el can perdió por completo
el miedo a sus pares femeninas y a las imágenes del cortejo. Estaba
listo para experimentar en carne propia el acercamiento a una hembra
verdadera. Luis le pagó al doctor y se llevó contento al perro.
VII
Jazmine
continuaba vagabundeando por la ciudad, le daba miedo el ruido de los
automóviles y más de una vez estuvo en peligro de ser atropellada
por uno de ellos. No sabía cómo conseguir comida y tampoco tenía
mucho hambre. Al pasar por el frente de una casa un enorme Mastín
negro le arrojó su temible ladrido asustándola enormemente. No
estaba acostumbrada a ver animales de ese tamaño.
Corrió
asustada hasta ponerse a salvo. Llegó a una plaza donde había mucho
verde y el ruido de los autos era más suave. Se acurrucó bajo un
banco vacío y se durmió. Estaba cansada de vagar y se sentía
deprimida, sin saber qué hacer.
Luis
había salido a caminar con Peter por el barrio. El perro estaba
contento de poder ver césped y árboles de verdad. A cada uno que
encontraba se acercaba y levantaba la pata para marcar su territorio.
Jugueteaba y le hacía fiestas al dueño, contento.
Llegaron
a una plaza. Luis se sentó mientras el perro seguía dando vueltas y
ladrando. En eso llegó Jazmine y se echó al pie del banco donde se
encontraba Luis descansando. Miraba al hombre y al perro con cara
triste para ver si le prestaban atención.
Peter
la vio echada allí y lo primero que hizo fue alejarse con cierto
temor. Después se le acercó y la olfateó. La perra levantó la
cabeza y se puso a ladrar. Luis que continuaba sentado bajo un
frondoso eucaliptus lo miró y pensó: "A lo mejor consigue
novia"
Luego
de un rato ambos perros correteaban juntos muy entretenidos. Entonces
Luis resolvió que era hora de irse, se puso de pie, llamó a su
perro y se fueron juntos. La perrita al verlo alejarse comenzó a
seguirlos.
Cuando
llegaron a la casa, Luis la vio, la hizo entrar -le daba lástima- y
como Peter parecía no sentirse mal la bañó y le dio de comer.
Jazmine estaba muerta de hambre.
Ambos
perros parecían llevarse bien pero Luis pensaba que la perra era
propiedad de alguien por lo que trató de averiguar en el barrio pero
nadie la conocía. El veterinario -que sí la conocía- le dijo que
era Jazmine, la perra de una millonaria que tenía por costumbre
cambiar de mascota cada vez que se cansaba de ella. Esta era la
quinta perra que tiraba a la calle. Y le aseguró que no era la única
persona que hacía lo mismo. Había ya demasiados perros vagabundos
por la ciudad que sus dueños abandonaban porque no tenían
suficiente dinero para mantenerlos o simplemente porque no estaban de
moda.
El
veterinario había puesto un criadero en su casa con todas las
mascotas que la gente desechaba. Ya no sabía qué hacer con tantos
perros. Cuando alguien quería uno se lo vendía peo siempre se
aseguraba que fueran personas que amaban a los animales, no soportaba
a la gente que no tenía corazón.
Luis
entendió que lo único que podía hacer era quedarse con la perra. A
él siempre le gustaron los animales.
Peter,
por su parte, se hallaba contento de tener una nueva compañera a la
que no temía. Había recobrado su humor habitual y correteaba con su
novia por el apartamento. Así que Jazmine se quedó para siempre.
Un
año después Luis decidió mudarse a una casa con fondo donde
hubiera espacio suficiente para Peter, Jazmine y sus seis
cachorritos.
Gerardo Alvarez Benavente
Del libro: "La vida al mango" 2003
Ilustración: Adela Brouchy