lunes, 27 de octubre de 2025

Me lo dijo una gitana

 


Vestida con sus amplias polleras rojas, verdes y blancas, un pañuelo floreado sobre la cabeza, pulseras y collares y con unos ojos renegridos, andaba por las calles "adivinando la suerte" a hombres y mujeres.

Debía tener unos veinticinco años y su cuerpo era algo rollizo y sensual -idéntica a su madre- quien le enseñó esas artes. Igual que su tía y las otras mujeres de la familia; siempre viajando de un lado a otro, deambulando por alguna nueva ciudad y obteniendo algo de dinero por sus trabajos.

Nómadas perpetuos, iban en sus carromatos. No eran muy bien vistos por la gente, en general, pues tenían fama de ladrones -en especial los hombres- que se decía eran pendencieros y sabandijas-. Siempre con una navaja lista a usar contra quien los desafiara.


Muchos años atrás, una tarde gris y fría, a una mujer que caminaba por la vereda de la avenida principal se le acercó una gitana:

-Te veo cara de preocupada -le dijo -¿Es por qué no tienes hijos?

La mujer la miró algo asombrada pero no contestó.

-Dame tu mano -continuó la gitana. -Te voy a leer la suerte pero no te voy a cobrar nada. -Le tomó la mano entre las suyas y observando las líneas de la palma sentenció -¡No te preocupes por eso, vas a tener dos hijos, primero una niña y luego un varón!

La mujer la volvió a mirar abriendo mucho los ojos. Dijo: -gracias -y abrió la cartera para sacar dinero-. La gitana mirándola a los ojos agregó: -No te cobro nada, ve tranquila -y dándose la vuelta desapareció entre la gente que caminaba apurada por la avenida.

Tiempo después la mujer quedó embarazada y tuvo a una niña y un par de años más tarde a un varón. Ese varón era él. La predicción se había cumplido exactamente. Pero ¿cómo diablos lo había sabido aquella gitana que ni siquiera conocía a su madre?


Muchos años después, otras gitanas recorrían las calles. A veces una sola, otras en grupos de dos o tres, siempre adivinándole la suerte a los transeúntes.

-Yo te puedo adivinar el futuro, muéstrame la palma de tu mano... ¡No, la otra! –le dijo una de ellas cuando se le acercó.

Él, se la extendió sin mucha convicción. Los ojos penetrantes y oscuros de la gitana joven lo cautivaron. Tenía las pestañas largas y arqueadas y un rostro muy bello.

-Veo que no tienes novia pero pronto conocerás a una mujer con la que serás muy feliz -le sonrió y él se sintió reconfortado. -Pero ten cuidado -continuó ella -también veo algunos problemas económicos que te generarán muchos dolores de cabeza, te conviene ahorrar porque se viene una crisis en el país. No gastes de más si quieres pasar los próximos años tranquilos.

El hombre escuchaba con atención, no demasiado convencido de lo que ella le decía pero con cierta curiosidad pues era cierto que andaba en busca de novia y en cuanto al dinero temía por quedarse sin trabajo.

La gitana le tomó la mano entre las suyas y luego lo miró a sus ojos con cierta picardía o al menos a él eso le pareció. ¿Sería una invitación? Ella era muy hermosa como suelen serlo las de su raza. Pero les tenía algo de temor pues su madre siempre le advertía acerca de los gitanos en general que eran peligrosos y sabandijas…


Varias veces se la cruzó. Ella siempre andaba por la plaza y como él trabajaba en un banco cerca de allí, la observaba cada vez que salía.

Una tarde de verano muy calurosa se le acercó. Ella lo observó con curiosidad. Y él la invitó a tomar algo en el bar más cercano. Quería que le contara más acerca de su destino y por supuesto, quería verla de cerca otra vez pues cuando lo hacía, le latía más fuerte el corazón.

Ella aceptó, pues parecía gustarle. Charlaron un rato sentados a la mesa del bar mientras bebían un par de refrescos. El murmullo de la gente se escuchaba apagado y el sol de la tarde entraba por los amplios ventanales que daban a la avenida.

-¿Alguna vez le prestaste atención a tus manos? –le hablaba como en un susurro -¿Alguna vez observaste con atención las líneas que allí aparecen? Revelan tu destino. Toda tu vida está escrita allí. Igual que los astros, te muestran tu futuro y tu pasado.

Él la escuchaba y le preguntaba una y otra vez y ella le leía todo lo que podía ver:

-La línea de la vida… tendrás una vida muy larga; la línea del corazón… ¡uhm… parece que serás muy feliz! Te casarás y tendrás dos niñas... La línea de la cabeza… uhmm, tienes inteligencia... –se las iba señalando con la mano entre las suyas y rozando su palma con la punta de los dedos.

–Aquí está er monte de Venus, y estas cruces señalan problemas...

-¿Por qué son así? –le preguntó asombrado.

-Bueno, eso… na' lo sabe. Pero allí está todo escrito para quien lo sepa leer.


Luego, mirándose a los ojos se dieron cuenta que entre ellos había algo más que curiosidad. Él pagó la cuenta y llamando a un taxi la llevó a su apartamento.

Allí pasaron una tarde apasionada. Sus formas se entremezclaron cadenciosamente. Esos ojos renegridos lo hechizaban. Y sus muslos poderosos, sus caderas y sus pechos abundantes lo llevaron a la gloria.

La noche los sorprendió dormidos. Ella se despertó primero, se levantó despacio, se vistió y se fue por la puerta sin hacer ruido. Cuando despertó él, solo halló el pañuelo floreado con su perfume. La gitana había partido. Nunca más la volvería a ver.


Veinte años después, estando con su familia en un parque, el hombre vio aparecer por el sendero, entre los árboles, a dos gitanas vestidas con sus tradicionales ropas coloridas. Una era muy joven y se parecía enormemente a la otra que era entrada en años. Seguramente eran madre e hija. La mayor parecía estar aconsejándole algo a la más joven. Él las vio acercarse al banco de tablones donde se encontraban sentados, descansando del largo día de paseo al aire libre.

La gitana menor era muy hermosa, le recordó a aquella con quien había tenido un fugaz romance. Esos ojos tan renegridos y esas pestañas arqueadas... y su figura tan sensual... Pero la madre... la madre... ¡se parecía aún más! Si bien habían pasado tantos años... ¿Sería la misma que él amó una vez y que nunca olvidó?

-Una vez una gitana me dijo que tendría dos niñas... -les susurró él poniéndose de pie, con el corazón en un puño cuando pasaron a su lado -...y aquellas son mis hijas... -y les señaló a las niñas que jugaban sobre el pasto con sus muñecas-.

-Te felicito -sentenció en tono indiferente la gitana mayor y continuó sus pasos junto a la otra-.

Él las vio alejarse mientras el sol se iba escondiendo tras los árboles y el cielo se oscurecía, con miles de preguntas en su cabeza.

Entonces, su mujer se le acercó para abrazarlo mientras las niñas continuaban jugando.

-¿Y te dijo que serías feliz?

-Sí... -salió del ensimismamiento. Abrazó a su mujer - ¡Muy feliz!

-Bueno, ¡entonces no hay problema! ¿Nos vamos? -lo apuró ella -está refrescando y tenemos que volver a casa.

¿Sería la misma gitana? Y la más joven ¿sería su hija? Nunca lo sabría.

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