domingo, 22 de septiembre de 2024

Arboles


 “El dinero no crece en los árboles” -decía siempre mi padre tratando de hacerme entender lo difícil que era poder mantener la economía del hogar-.


Cuando viajé a Plutón me quedé sorprendido al ver que los seres que vivían allí, tenían árboles a los que adoraban. Eran árboles muy especiales: sus hojas verdes eran copias exactas de dólares americanos.

-Cualquiera puede acercarse a él y tomar cuantos quiera –me dijo un plutonita con tono de satisfacción. Y me invitó a que tomara algunos, con una sonrisa en el rostro.

Arranqué uno con algo de timidez y me puse a admirarlo. Era perfecto, un billete de un dólar con la efigie de Washington y todo.

Le pregunté como lo habían logrado. Él me contó que habían visto a través de sus aparatos de Visión Interplanetaria, como nosotros –los humanos- nos matábamos por poseer y amontonar esos billetes. Y pensaron que si su civilización se desarrollaba demasiado podrían llegar a sufrir nuestros mismos problemas. Por eso, sus científicos se pusieron a idear la manera de evitar ese problema potencial. Y cuando lograron hacer crecer el primer árbol y vieron los resultados: billetes de un dólar en vez de hojas, se sintieron satisfechos y creyeron acabar con el problema.

Le inquirí como era el proceso para generar esos vegetales tan raros, para mi provecho. Él me respondió que eso era un secreto que guardaban celosamente los científicos y que seguramente me sería imposible averiguarlo.

También me contó que estaban tratando de producir billetes de mayor valor. Le pedí, entonces, al plutonita –fingiendo una gran curiosidad científica- si me dejaría ver esos otros árboles. Cuando entré al invernadero donde guardaban los almácigos quedé petrificado, estaba lleno de pequeños arbolitos repletos de hojas rectangulares que simulaban billetes de veinte, cincuenta y hasta cien dólares pero todos de colores rojo y naranja.

-Éstos aún no han madurado –me dijo –dentro de un par de semanas, quizás estén listos.

En todo ese tiempo me carcomía la ansiedad. Dos semanas más tarde me acerqué a mirar a través de los vidrios del invernadero. Las hojas ya estaban verdes. Esperé a la noche cuando no había guardias para meterme adentro y hurtar al menos una maceta. Y en un arrebato me lancé hacia ellos para robarlos. Quería tener un árbol propio en mi casa. Cuando estaba en medio de la tarea, comenzó a sonar una sirena. Inmediatamente, un grupo de guardias llegó y me sacó por la fuerza de allí.

Avergonzado por mi conducta les pedí disculpas y el plutonita enojado agregó: “La avaricia rompe el saco “. No pude volver a acercarme ni al invernadero ni a ningún otro árbol.

El día que regresé a la Tierra llevaba un montón de billetes en mi equipaje y un gajo del árbol de cien dólares que había logrado cortar. Antes de irme, el plutonita me pidió encarecidamente que nunca le contara a los demás humanos lo que yo había visto en su planeta.

Ahora estoy un poco arrepentido porque no pude evitar narrarle la experiencia a mis amigos, ante su insistencia cuando descubrieron un frondoso árbol de cien dólares en el fondo de casa.

La noticia corrió como reguero de pólvora y ahora se están organizando expediciones a Plutón, para saquearlo. He intentado detenerlos pero me temo que el problema que los plutonitas quisieron evitar lo van a tener con los humanos y su ambición.

2 comentarios:

  1. Podrían inundar la tierra con esos billetes y así hundir la economía de medio mundo....

    Saludos,
    J.

    ResponderEliminar
  2. Cierto. No se me había ocurrido. jaja. Gracias por tu comentario, José. Saludos.

    ResponderEliminar