jueves, 23 de mayo de 2024

"El Asalto"

 

    Era una agradable nochecita de febrero. Por la calle silenciosa, cinco jóvenes con antifaces y máscaras se aproximaron sigilosos a una bonita casa de dos plantas con balcones a la calle, donde probablemente vivía alguna familia de clase media alta. La luna creciente era cómplice de los muchachos. Uno de ellos llevaba un bolso. Otro, revisó sus bolsillos para asegurarse que llevaba todo lo que necesitaban. El mayor tanteó la puerta de calle y al encontrarla abierta se metió al zaguán. Los demás se miraron entre sí y lo siguieron. Entraron al zaguán tratando de no hacer ningún ruido para sorprender a los dueños de casa. Observaron a todos lados y pasaron al living en penumbras, era amplio, con sillones de tres cuerpos, floreados, y una mesita con una lámpara muy bonita. Los muchachos avanzaron de puntillas calculando si esa gente que vivía allí tendría dinero. Los objetos que veían parecían valiosos.

    Con cuidado, siguieron mirando y observaron a través de los vidrios de la puerta que daba al comedor, a una mujer de mediana edad con delantal que iba y venía atareada con platos en la mano. Y pudieron escuchar las voces de un par de mujeres.

      Era el momento ideal, todos estaban distraídos en la casa,

    Entonces, uno de los muchachos, alcanzó a rozar la mesita y la lámpara se tambaleó. El mayor lo miró desaprobadoramente para que no hiciera ruido, podían alertar a los dueños.

    El marido de la mujer debió escuchar algo porque de pronto dejó el diario que estaba leyendo, a un lado y se quedó quieto como aguardando.

    Los muchachos se detuvieron, temerosos que se hubieran delatado. Y esperaron muy quietos, casi sin respirar. El hombre se puso de pie y caminó rumbo al living. Los muchachos se miraron con temor y cuchichearon entre ellos. El mayor los hizo callar con un ademán.

    El hombre volvió a su asiento y tomó el diario nuevamente.

    -¡Ahora! -ordenó por lo bajo el muchacho mayor. Los jóvenes abrieron la puerta, entraron de golpe al comedor y gritaron al unísono: “¡Asalto!”

    El dueño de casa los miró con cara adusta, sorprendido y temeroso, intentando identificar a alguno de ellos, pensando que eran del barrio. Pero no los reconoció. No terminaba de darse cuenta si eran bandidos y se preparó para lo peor.

    Uno de los jóvenes puso el bolso sobre la mesa y los otros sacaron de sus bolsillos pitos y matracas y entre risas los hicieron sonar mientras lanzaban serpentinas. Luego, comenzaron a sacar del bolso varias botellas de cerveza que traían para el festejo.

    Las dos hijas de la familia, pasada la primera impresión, se pusieron a reír y a charlar con los recién llegados.

    Sin mucha convicción, el padre los invitó a comer con ellos.

    Los jóvenes se quitaron las máscaras quedando con los antifaces sobre el rostro y se sentaron a la gran mesa.

    La madre se apresuró a traer más copas y platos –pensó; “menos mal que trajeron algo porque si no, no sé que les iba a dar”-.


   Estaban en Carnaval y era bastante común que sorpresivamente cayera de improviso un montón de gente –por lo general, jóvenes- a una casa cualquiera para compartir la comida y la bebida y celebrar la fiesta de Momo. Los llamaban “asaltos”.

    Entre cánticos carnavaleros y risas, los "no invitados" comieron y bebieron abundantemente junto a los dueños de casa y cantaron las canciones del Carnaval que estaban de moda. Departieron un buen rato charlando de diversos temas, hasta que uno de los muchachos dijo: “Es hora de irnos”

    Los dueños de casa aún trataban de descubrir quienes se escondían tras los antifaces, los “asaltantes” en esta ocasión. Ellos -por supuesto- no lo dijeron ni se descubrieron en ningún momento.

    Los cinco muchachos, se levantaron y agradecieron la bienvenida y se fueron cantando tal como habían llegado rumbo a otra casa para realizar otro “asalto”.

    La familia quedó comentando lo ocurrido y listos por si otro grupo les caía de sorpresa.


    Las dos hijas seguían aún intrigadas porque a la menor, uno de los muchachos le había gustado. Sigilosamente ambas salieron y los siguieron. Cuando ellos hicieron un alto en la siguiente esquina, se les aproximaron por detrás y la menor se le abalanzó y le quitó el antifaz al muchacho que le gustaba. Este, sorprendido reculó y los demás se pusieron a reír.

    La otra hermana también se reía -¡No se iban a ir y dejarnos a nosotras con la duda! - argumentó.

   El muchacho con la cara descubierta se acercó a la chica y aprovechó a darle un beso en la mejilla, arrancándole el antifaz de la mano. Luego se lo colocó de nuevo sobre el rostro.

    Los demás hacían bromas y se presentaron. Durante unos minutos charlaron animadamente.

    -¡Bueno, ya saben donde vivimos! -sentenció la menor con una sonrisa picarona- Espero que vuelvan por casa cuando quieran pero sin antifaz - y lo miró al muchacho.

    El joven algo ruborizado prometió ir a visitarlas nuevamente.

    Las hermanas se volvieron para la casa pues ya se hacía tarde y no podían quedarse solas.


   Tiempo después, tal como había prometido, el joven volvió a la casa de las muchachas y comenzó a cortejar a la atrevida ya que le había gustado, pidiendo el permiso de los padres, por supuesto. La madre siempre se quedaba en la sala controlando. Otras, veces, la hermana mayor. Sólo se les permitía tomarse de la mano, mientras charlaban sentados en el sofá de tres cuerpos floreado, para que el noviazgo no subiera de temperatura.

    Cada vez que el muchacho se iba, la joven lo acompañaba al zaguán. Nunca demoraba más de cinco minutos y luego volvía a entrar, haciéndole adiós con la mano.

    Pasados unos meses de este formal noviazgo su madre notó que la chica tenía demasiada panza y fueron al doctor quien les confirmó sus sospechas: la muchacha estaba embarazada de cinco meses. Al parecer el zaguán fue el único testigo de su amor. Ahora no les quedaba más remedio que casarse.

    El padre, mirando a su mujer, frunció el ceño y le dijo: ¡Al final, este muchacho era un bandido, nomás!

     Corría el año 1930.


(Ilustración: Adela Brouchy)


2 comentarios:

  1. Un cuento con principio, desarrollo y final inesperado. Me gustó mucho.

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  2. ¡Muchas gracias, por leer y comentar! Me alegro que le haya gustado.

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