Como todas las tardes a esa misma hora, me senté en el sillón del living a escuchar mi programa musical preferido. Se trataba de los grandes genios del Rock and Roll. Músicos y bandas de los años cincuenta, sesenta y setenta desfilaban a lo largo de esa hora, retrotrayéndome en el tiempo, haciéndome recordar viejas épocas.
Me gustaba escuchar el
programa, con el termo a un lado, saboreando un buen mate amargo que
solía acompañar con algún pan con grasa o galletas dulces recién
comprados en la panadería de enfrente. Entonces me ponía a recordar
viejos amores, la época de la psicodelia y los hippies, las
asambleas y las marchas estudiantiles, los grandes ideales…
luchábamos por un mundo mejor... Ahora parece que todo eso se acabó;
sólo me resta escuchar la radio y recordar, solo, en este
apartamento alquilado.
De repente en medio de
una canción escuché un crujido que provenía del radiograbador.
Miré. La rejilla del parlante se había partido. Me puse de pie para
ver mejor, algo sobresalía… ¡Es increíble, pero parecía el
mástil de una guitarra! Inmediatamente emergió del parlante el
resto del instrumento y con el… quien lo ejecutaba. Pensé que se
trataba de una alucinación o algo así. Después, otros integrantes
de la banda que estaba sonando en la radio fueron apareciendo de a
uno, retorciéndose para intentar pasar los instrumentos. El
baterista sólo trajo los palillos y un tambor pequeño. Uno de ellos
alzó la mano y me dijo: “¡Hello!”. Yo le devolví el saludo,
sin salir de mi sorpresa y los invité a sentarse.
Eran mis músicos
preferidos y estaban allí conmigo, pensé que era un sueño. Un
sueño del que despertaría en cualquier momento.
Cuando terminó de sonar
la canción el locutor anunció otras más de la misma época. Y
entonces la escena volvió a repetirse: los músicos que las
ejecutaban fueron atravesando el parlante y entrando al living de mi
casa. Me empecé a sentir muy perturbado. En pocos minutos había más
de veinte personas en mi apartamento. Unos conversaban entre ellos,
otros miraban asombrados el lugar que no conocían. Entonces yo me
presentaba y los invitaba a sentarse. Como no tenía mucho que
ofrecerles decidí llamar al supermercado para que me enviaran un
cajón de cervezas. En cuanto me lo trajeron se pusieron a
destaparlas y a beber una tras otra.
Jimmy –observándome
con curiosidad- me preguntó qué era lo que yo tomaba y me pidió
para probar. Seguramente creyó que era algún alucinógeno. Chupó
de la bombilla con curiosidad. En seguida otros hicieron lo mismo.
Les expliqué lo que era y muy pronto algunos se pusieron a tomar con
fruición. Excepto David que puso cara de asco y prefirió continuar
con la cerveza.
El termo estaba vacío.
Me levanté y mientras esperaba en la cocina a que el agua se
calentara trataba de entender lo que estaba ocurriendo. Ellos estaban
allí no sé por qué razón, con sus atuendos floreados, sus
pantalones anchos y el pelo largo. Veinte años atrás me hubiera
sentido muy feliz al poder estar frente a frente con mis ídolos,
dialogar con ellos, intercambiar opiniones acerca de su música y de
la situación del mundo. Sin embargo, ahora una vaga sensación de
angustia me invadía poco a poco sabiendo que esa época ya no existe
y que los ideales se hicieron pedazos.
Los veía con sus veinte
años, con su inconciencia y su fervor. Probando hierbas raras o
hablando de gurúes orientales. Intentando tocar la cítara como si
fuera una guitarra eléctrica. Era como ver una película por segunda
vez conociendo el final. Peor aún, lo veía a Jimmy, enloquecido
tomando de mi mate y me acordaba de la sobredosis que lo mataría
después. ¿Debía decírselo?. ¿Debía decirle a John que un loco
lo asesinaría en plena Nueva York?
Eric se acercó a mí
para pedirme otra cerveza, se la alcancé y con el termo lleno nos
fuimos al living nuevamente. El resto estaba sentado en el suelo
formando una ronda, probando sonidos y parloteando animosamente.
La radio se había
quedado muda, así que les pedí que tocaran algo para mi y así lo
hicieron. Pasamos un largo rato; ellos cantando y yo acompañándolos
cuando conocía la letra. Sin darme cuenta le pedí a Mick que
cantara un tema que aún no había compuesto. Yo me olvidé de su
edad; todos ellos todavía estaban en los años sesenta. Entonces al
darme cuenta de la delirante confusión de lo que nos sucedía, les
expliqué que estábamos en otra época y cité datos actuales de
algunas revistas. No quería desilusionarlos pero tampoco mentirles.
Les traje mis discos más recientes y libros con sus biografías.
Todos se pusieron ansiosos por ver lo que les deparaba el destino.
Leían con avidez pasando páginas y más páginas para saber de su
futuro. Creo que a algunos no les gustó demasiado porque optaron por
dejar los libros a un lado y continuar bebiendo.
Paul me preguntó: “Pero
en serio, ¿voy a dejar la banda para lanzarme como solista?” y
Eric me pidió que le pusiera uno de mis discos para copiar la
melodía con su guitarra, asombrado de su propia y futura
composición.
El tiempo transcurrió
rápidamente Ya era de madrugada cuando alguien dijo: “Tenemos que
volver”. Entonces les pedí que me dieran sus autógrafos y hasta
intercambié alguno de mis discos por sus objetos personales.
Me preguntaba como harían
para irse y no romper más mi radio, aunque no fue difícil. El
primero introdujo el pie por el parlante, luego se retorció un poco
y desapareció. Lo mismo hicieron los demás.
El apartamento quedó
silencioso y vacío. Me acerqué al radiograbador y lo observé:
detrás de la rejilla rota se veía el cono del parlante intacto.
Sentía una profunda desazón al darme cuenta que esa época no
volvería nunca más, pero les agradecía que hubieran irrumpido en
mi apartamento porque me habían mostrado -sin saberlo- todo lo que
significó para mi y es por eso que sigo escuchando el programa todos
las tardes.
Gerardo Alvarez Benavente
del libro
“Trans-formaciones” - 1997
No hay comentarios:
Publicar un comentario