La
silueta blanca bajó la escalerilla de metal muy despacio, primero un
escalón, luego otro y al fin un salto hasta la superficie
polvorienta. El hombre enfundado en su traje de astronauta profirió
una frase que tradujo el locutor: "Es un pequeño paso para el
hombre, pero un enorme paso para la humanidad".
El
niño miraba la enorme pantalla en blanco y negro, sentado muy quieto
y atento, mientras su familia sentada a la mesa del comedor miraba al
rincón donde se hallaba el aparato marrón de madera lustrada y
grandes perillas doradas.
-¡Qué
fantástico! ¡A lo que ha llegado el Hombre! – dijo el padre.
-¡Bah,
-opinaba el abuelo- mire si van a ir a la Luna! Es todo un set de
televisión-.
-¡No!
-decía la madre- ¡Mirá que es en serio, papá, están allá
arriba!
-¡Mentira,
es una película para embaucar a los giles! -y continuaba riéndose.
La
huella del primer humano quedaría para siempre impresa sobre la
superficie lunar…
Unos
minutos más tarde, otro hombre vestido con su traje espacial bajaba
por la escalerilla del módulo hasta la superficie y se unía al
primer hombre. Armstrong y Aldrin, civil y militar -ambos realizando
un sueño largamente acariciado-. El hombre era capaz de llegar a
otro cuerpo celeste y sobrevivir.
La
transmisión no era perfecta, por momentos la imagen se perdía y
luego de unos instantes reaparecía, y el sonido también se
entrecortaba, pero es que estaban transmitiendo nada menos que de la
Luna, a cientos de miles de kilómetros y a través de los satélites
que giraban alrededor de la Tierra las imágenes volvían a formarse
para que cientos de millones de personas en todo el mundo pudieran
presenciar el hecho más trascendente de toda la historia de la
humanidad hasta entonces.
El
niño tomó una bandera de los Estados Unidos y clavó en el suelo
lunar su mástil. Los colores azul, rojo y blanco no flamearon, la
bandera se mantuvo rígida para permanecer así por toda la
eternidad.
El
niño correteaba vestido con el traje blanco, por sobre la superficie
plateada del satélite polvoriento, como cuando jugaba en la arena
de la playa. Sólo que aquí no había olas que rompieran sobre la
costa; todo estaba quieto y silencioso. El cielo negro con miles de
estrellas brillando, como orificios en un paño color azabache. Y la
Tierra asomando por detrás, tan azul...
Los
Estados Unidos, por fin le habían ganado a los comunistas de la
Unión Soviética; ellos habían ganado la carrera por llegar a la
Luna, después que el presidente Kennedy lo prometiera al mundo
entero y después que los rusos les hubieron ganado al poner un
hombre en órbita.
El
niño nada sabía de todo aquello, sólo caminaba junto a las dos
figuras albinas como un astronauta más entre el polvo blanco de
aquel disco plateado que su padre le había enseñado a identificar
en el cielo nocturno.
¿Y si nunca llegaron a la Luna...?
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